La localidad leonesa de Riaño. GABRIEL VILLAMIL

Agua va

«Hoy, décadas después, la clase política vuelve sin complejos a plantear las mismas soluciones que el 'generalísimo'. Hay que plantear sin complejos nuevos embalses, se ha llegado a asegurar»

J. Calvo

León

Lunes, 3 de octubre 2022, 00:01

Coincidiendo con las primeras semanas del otoño en los pantanos leoneses crecen las setas. No es un fenómeno sobrenatural sino el efecto producido por una sequía agotadora, intratable, que saca a flote el esqueleto de cada monstruo de este tipo. No es el único efecto ... de los largos meses de verano. En estos días, los mismos pantanos escupen desde sus tripas todo tipo de elementos: ruedas desgastadas, botas, algún arma de un crimen nunca resuelto y, esta vez, hasta una furgoneta. Nada de lo dicho es extraño como tampoco lo es el hecho de que afloren unos pueblos que su día dieron cobijo a no pocos sueños, calles entre las que se perdieron la niñez de no pocos niños y en las que se escondían historias llenas de sonrisas y lágrimas.

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La herencia de los pantanos en la provincia ha dejado una huella imborrable en varias generaciones. Tanto hormigón, tanta agua inundando la vida de toda aquella gente, ha sido un trago demasiado duro. En pleno invierno, cuando las aguas llegan al cuello de Villameca, Barrios de Luna, Porma o Riaño, en ellas se reflejan las miserias de quienes decidieron matar una parte de la provincia para salvar, se supone, a quienes anhelaban el líquido elemento tierras adentro.

Hoy, décadas después, la clase política vuelve sin complejos a plantear las mismas soluciones que el 'generalísimo' para resolver los problemas de orden interno. «Hay que plantear sin complejos nuevos embalses», se ha llegado a asegurar. Esa demagógica alegría en los planteamientos podría evidenciar un mal enfoque de la situación, incluso un irónico recuerdo a una de las peores etapas en la historia de la provincia.

Resulta singularmente inquietante que hoy se plantee esa posibilidad precisamente en una provincia como la leonesa, tan generosa como castigada por quienes siempre han decidido sin pisar el terreno que luego soporta el peso de sus decisiones. En León, por ejemplo, se levanta un pantano finalizado, ejecutado, en perfecto estado de seguridad, pero que de forma paradójica jamás se ha cerrado su compuerta: Villagatón. Desde hace 27 años un enorme muro de hormigón armado de casi 40 metros de altura saluda cada mañana a los 28 vecinos de esta localidad, en plena Cepeda y a 88 kilómetros de la capital. Las obras de este pantano, que comenzaron en el año 1990, fueron terminadas en diciembre de 1995, pero la presa que debería estar alimentada desde su valle por el río Porquera nunca ha llegado a inundarse.

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Su muro con un espesor cambiante que oscila entre los tres y los más de cinco metros se levanta sobre un valle que desde entonces se pregunta para qué se creó este monumento al hormigón. La infraestructura, curiosamente, depende de Confederación y de la propia Junta de Castilla y León –que hoy tiene la tutela efectiva para su puesta en marcha– pero durante casi tres décadas no han iniciado el proceso de inundación.

Inicialmente la previsión apuntaba a la posibilidad de que el proceso de inundación se iniciara el pasado mes de diciembre con el objetivo de almacenar sus cuatro hectómetros cúbicos de capacidad que permitirían mejorar el riego de la Cepeda y el Tuerto. De momento la compuerta sigue abierta y ya han pasado 27 años. Y mientras, en Villagatón el hormigón acompaña a sus vecinos día tras día, semana tras semana, año tras año, como si fuera la peor de las pesadillas. Y, algunos políticos, ignorantes de esta situación, insisten en su política de embalses, pantanos y balsas. Y todos, pero todos, con mucho hormigón.

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