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Theresa May, la aún primera ministra británica, nos ha venido dando estos días una lección de lucha heroica por su sobrevivencia política. Ya sabemos, mayormente por experiencia ajena eso sí, que dejar el poder es duro. Cuesta desengancharse y más cuando no se intuyen posibilidades ... de reincidir. La señora May es cortés en las formas, pero no parece que despierte empatía entre la gente. Llegó al cargo en medio de los tumultos parlamentarios generados por el 'brexit' y, por más que lo intentó, no consiguió salir del atolladero que fue engordando conforme se esforzaba en la búsqueda de soluciones satisfactoriamente imposibles. Tampoco entre tanto se ganó ni en su país la simpatía de la gente.
Hay que reconocer que el Parlamento de Westminster, donde los gritos, los ataques y las pataletas dejan por el suelo al nuestro, no se lo puso nada fácil. Hace mucho que en la actividad política los codazos y cambios de chaqueta ni en el Reino Unido respetan géneros. Theresa May fue desde un principio el objetivo a abatir en medio de los dilemas, 'brexit' sí, 'brexit', no; o 'brexit' blando, 'brexit' duro. Ella misma, dicen sus críticos, no tenía las ideas claras y resistió dando bandazos en un intento frustrado por conseguir sacar al Reino Unido de la Unión Europea a gusto de algunos y el desagrado de quienes lo consideran un disparate.
Las agonías políticas se parecen a las agonías físicas de los enfermos terminales con la diferencia de que para unas hay paliativos contra el dolor. Ignoro qué paliativos estarán suministrándole a la 'Premier' británica para sobrellevar sus horas finales en el cargo y recuperar la flema propia que le proporciona su condición inglesa y su obligación de seguir manteniendo la dignidad del cargo hasta el final. A estas alturas, cuando ya le quedan apenas dos semanas para disfrutar el amargo residual de su grandeza, quizás se haya dado cuenta ya de que no pasará a la Historia respaldada por una buena biografía, que no será la digna sucesora de Margaret Thacher y que dentro de poco recuperará su papel de ama de casa viendo desde la distancia cómo los suyos se siguen peleando a grito pelado.
Le queda como consolación la oportunidad de recibir a Donald Trump, el día 3 de junio. Será un momento delicado; con el presidente de los Estados Unidos ni siquiera la devoción británica sabe qué puede ocurrir, pero le brindará la oportunidad de sentirse en plenitud de facultades ejerciendo de anfitriona de tan ilustra huésped y de olvidar durante un par de días cuanto se estará conspirando a sus espaldas. Sus adversarios políticos no van a esperar ya a que regrese a su vida privada para moverse en busca del poder que se queda flotando en espera de tantos osados como aspiran a amarrarlo. Mientras, los ingleses seguirán en la incertidumbre del futuro que les espera.
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