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La cumbre que reúne desde hoy en Biarritz a los líderes de siete de las grandes potencias mundiales brinda una magnífica oportunidad para buscar cauces de solución a algunos de los principales retos a los que se enfrenta el planeta o, al menos, acercar posturas ... sobre ellos. La cita anual del G-7 se produce en medio de crecientes temores a una nueva recesión global, azuzados por la irresponsable guerra comercial y de divisas que enfrenta a Estados Unidos y China.
Además de la incertidumbre económica, el cambio climático, la crisis migratoria, el 'brexit', la lucha contra las desigualdades y la amenaza nuclear también serán analizados en un cónclave que se prolongará hasta el lunes. De él no cabe esperar avances milagrosos. Las posiciones en las antípodas que mantienen los mandatarios convocados por el presidente francés, Emmanuel Macron, y las tensiones que han precedido al encuentro hacen presagiar más un diálogo de sordos que el sincero esfuerzo de entendimiento que merecerían los desafíos pendientes.
En todo caso, la ausencia de ese club de actores determinantes para el éxito de tales retos globales –como China, Rusia o India– limita el alcance de sus eventuales acuerdos. El clima de confrontación con el que comienza la cita no es ajeno al rancio proteccionismo resucitado por Donald Trump con tan escaso pudor como descarados fines electoralistas y que empieza a castigar a la economía mundial. Su terco negacionismo del calentamiento global, pese a las abrumadoras evidencias científicas, le hace insensible a la imperiosa necesidad de combatirlo con urgencia que comparten otros socios del G-7 y que evidencia el incendio que devora la Amazonía, el pulmón del planeta.
Trump y su fiel Boris Johnson, en puertas de activar un 'brexit' salvaje, personifican un auge del populismo radical que solo aporta inestabilidad al escenario internacional. Enfrente tendrán a una Angela Merkel en retirada y a los líderes de Japón, Canadá, Italia y Francia. Las afecciones al tráfico en la frontera de Irún, blindada por la Policía, y sus inmediaciones cuestionan la elección de Biarritz para una cita que coincide con la 'operación retorno' de verano y que exige un excepcional despliegue de seguridad.
La contracumbre organizada por más de un centenar de grupos antiglobalización constituye el habitual contrapunto a estas reuniones. Es de esperar que las legítimas movilizaciones en defensa de un nuevo orden económico respeten el comportamiento cívico exigible, sin caer en la tentación de la violencia que ha rodeado otros cónclaves del G-7.
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