La primera vez que oí hablar de una aplicación móvil llamada Signal fue durante la etapa más virulenta del conflicto catalán. La escogieron miembros del Govern, mandos de los Mossos, figuras destacadas del independentismo y miembros de asociaciones como la ANC y Omnium para comunicarse ... en las semanas previas y posteriores al referéndum del 1 de octubre. La gran diferencia con otras aplicaciones de mensajería como WhatsApp reside en que Signal no guarda las comunicaciones en sus servidores, se destruyen de forma automática y, por lo tanto, ante una petición gubernamental ni podría facilitarla ni estaría cometiendo delito alguno.
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El uso de Signal, y también de Telegram, se ha disparado en las últimas semanas. Justo después de que WhatsApp anunciara un cambio en sus políticas de privacidad que permitirá a Facebook aprovechar las conversaciones para obtener todavía más datos de los usuarios y seguir engordando su posición dominante del pastel publicitario. Nada nuevo bajo el sol.
Es verdad que la reacción de miles de usuarios ha puesto en alerta a Facebook, que ha retrasado hasta mayo ese cambio, pero saben que volverán a WhatsApp, donde siguen la mayoría de sus contactos. En realidad, nada cambiará a mejor mientras no nos comportemos como adultos tecnológicos, capaces de entender qué hacen con nuestros datos y obrar en consecuencia. No se puede soplar y sorber al mismo tiempo o esperar a la siempre tardía legislación mientras regalamos todos los detalles de nuestra vida sin pudor, muchas veces por el mero hecho de engordar egos o encontrar aceptación popular.
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