Adiós, maestro Emilio del Río
El espigón de Recoletos ·
Su pasión desbordante y desbordada por la letras, la paciente generosidad con la que nos educó a todos, me llevó ilusionado a embarcarme en la aventura filológica del hispanismoEl espigón de Recoletos ·
Su pasión desbordante y desbordada por la letras, la paciente generosidad con la que nos educó a todos, me llevó ilusionado a embarcarme en la aventura filológica del hispanismoSe ha ido mi maestro en silencio, poeta y sabio, a los 94 años: Emilio del Río, jesuita y mi profesor de referencia en un bachillerato de los de entonces, en el Colegio San José. Me contestaba así a mi habitual aviso de inminente visita. « ... Viernes, 17 de marzo de 2017. Lo siento. No estoy en Valladolid, sino en Villagarcía de Campos, en una casa de mayores; en mi caso, de hombres atados a una silla de ruedas. Se fueron las golondrinas de antaño, –ésas no volverán–. Lo mejor para ti, querido David Felipe. Un fuerte abrazo. Emilio». Ante mi desconcierto, ya que la última vez caminaba por su propio pie, me contesta: «Llevo algo más de un mes aquí, con cuatro días, 21, 22, 23 y 24 de febrero, en el hospital Río Hortega, y salida después hacia Segovia. Quizá he mejorado algo este tiempo, algo apreciable la mejoría para mí. Querámoslo o no, con todo, viene la aproximación al final que solo Dios sabe. Pero decimos, con Juan, en su carta, 'y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene'. (…) Te envío un saludo cariñoso y la bendición de Dios. Él esté contigo. Y tú con Él –las dos cosas coinciden; son una–».
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En uno de sus últimos correos, finalmente se despide: «No olvides esto: al final de todos nuestros caminos hay Alguien que desea abrazarnos». Su pasión desbordante y desbordada por la letras, la paciente generosidad con la que nos educó a todos, me llevó ilusionado a embarcarme en la aventura filológica del hispanismo. A él le debo este veneno: me ha roto el corazón, pero pronto nos daremos un abrazo enorme, en los Campos de Castilla del Cielo de su Machado celestísimo, de nuestros días azules y soles de la infancia vallisoletana. Porque está escrito que así ocurra, mi querido, mi añorado, mi maravilloso, mi rapsoda, mi cascarrabias, mi lúcido, mi perspicaz, mi amado maestro.
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