![Adiós 2020, hasta nunca](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202012/31/media/cortadas/GF4K0KE1-kgNF-U13089880765byH-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Es un sentimiento unánime. Contar las pocas horas que quedan ya para que desparezcas de nuestras vidas y des paso, si es posible, a uni tiempo de esperanza donde todo sea un poco mejor, lo cual, tal y como has dejado las cosas, no parece ... un anhelo imposible.
Qué lejos queda todo, 2020. Te recibimos con la ilusión propia de un nuevo año y a las pocas semanas nos propinaste el golpe sanitario más brutal que el planeta ha recibido desde hace siglos. La situación fue tal que tuvimos que abandonarlo todo, chapar las actividades, los trabajos y encerrarnos en casa durante más tiempo del que nunca hubiéramos llegado a imaginar. Por el camino se perdieron trabajos, se cerraron empresas, negocios con los que se han ganado la vida honradamente generaciones enteras. Todo se fue por el sumidero de la crisis mientras la destrucción de empleos de cebó con centenares de miles de personas en una crisis sin precedentes.
Has sembrado estos doce últimos meses de muerte y ruina. ¿Cómo no desear que desaparezcas cuanto antes? Has atacado nuestro modo de vida, la salud, los viajes, el turismo, la cultura, la economía, y, además, las relaciones afectivas, con familiares y amigos. Te marchas con un panorama sanitario de máxima alarma sólo soportable por el horizonte de las vacunas que acabamos de administrar y que tardarán todavía mucho tiempo en llegar a todos. Ahora, en este último día de tu nefasto reinado, todo parece tan lejano como heroico. Nos acordamos de los aplausos de las ocho de la tarde que la inmensa mayoría de los sanitarios agradecieron, aunque algunos otros, altivos ellos, nos reñían en las redes sociales diciéndonos, desagradecidos, que «no querían aplausos», que necesitaban EPI, como si estuviera en nuestras manos conseguírselos.
En el recuerdo quedan también los tiempos de la «desescalada» (¡vaya tela!) y el empalago «ad nauseam» de 'Resistiré', que comenzó siendo un himno y terminó produciéndonos depresión colectiva. También el desabastecimiento de levadura y papel higiénico (¡qué cosas!) y de aquella estolidez buenista del «saldremos mejores y más fuertes», cuando, como era absolutamente previsible, no ha ocurrido ni una cosa ni la otra.
La pandemia ha actuado como una inmensa lupa social que ha aumentado el magnífico y encomiable hacer de las buenas personas, su solidaridad y cercanía a los afectados. Labores magníficas de gente maravillosa que se han puesto de manifiesto en estos duros y difíciles tiempos. Y junto a ello, también ha evidenciado la parte más miserable de la sociedad, la egoísta, ensimismada y proclive al sálvese quien pueda. Es la vida misma. Hemos tenido médicos e investigadores admirables que en cada aparición pública procuraban poner un gramo de esperanza en sus intervenciones. Y también algunos otros y otras, muy reputadas, que han actuado como el padre Astete, cuando disfrutaba con sus admoniciones de todos los males del infierno a los jóvenes que tenían malos pensamientos propios de la edad. La gran pregunta, de respuesta evidente, es quién ayuda más, el que es capaz de confortar o aquel que dibuja el apocalipsis en cada tertulia televisiva mañana, tarde y noche. Tertulias donde no ha faltado a veces, hay que decirlo, un sensacionalismo lamentable.
En fin, aquí estamos, dándote la patada de una puñetera vez a modo de despedida. Has un año nefasto y para olvidar totalmente. Las generaciones venideras te estudiarán como un periodo aciago en la historia de la Humanidad. Ahora nos dejas la ingente tarea de salir de esta y reconstruirlo todo. Por eso, adiós, 2020, adiós. Vete y desaparece. Para siempre.
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