A cuérdate de aquellos enjuagues y 'referendos' del Régimen. De que el único voto era en el cuartelillo. Acuérdate, si no lo has vivido, de Carabanchel y Marcelino. Acuérdate de las luchas del Santo patrón de esta casa, Delibes, por algo tan simple y tan ... nutricio como la libertad. Llueve, claro. Llueve sobre los cristales, sobre el plateresco, sobre el hueco donde ha de salir la amapola en la cuneta. Llueve sobre válidos y nulos, sobre apoderados y sobre ese pobre jefe de mesa que se queda sin la felicidad relativa del domingo con lluvia. Y que fuma. Cae agua sobre los carteles y las caras, pero aun así, pese a la lluvia, está la urna. La urna verdadera. Acuérdate también de las que sacaron cuando Puigdemont y de la otra urna, la del Parlamento catalán, cuando la independencia quedó en limbo, en paradinha, en gatillazo. Piensa en esa urna que parecía que iba a contener las reliquias de San Cucufato.

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Quiero decir que a pesar de la lluvia, hoy es día grande como siempre que el hombre decide su futuro a pesar de los pesares. Mi perro Lupo no vota, y por eso lleva leyendo un tiempo mohíno y subrayando con la lengua la LOREG. Votar es, en estos tiempos de terraplanistas, de caudillos imperiales por Rusia, lo único que nos queda. Eso a pesar del pesimismo hegeliano de Santiago Molina, que me explicó al propio Hegel con un servilletero que le servía de metáfora/apisonadora mientras que Juan Antonio Tirado se sentía la florecilla de la Historia.

De modo que llueve. Se vota y se comulga y se toma uno un vino y siente paz. Y mañana, como diría el poeta, tendrán razón los días laborables.

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