Aclárerense, por favor
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«Lo que ha valido puede que no sirva y las directrices son susceptibles de cambiar en cualquier momento»Aestas alturas de la crisis sanitaria por la covid-19, no es que tengamos fatiga pandémica, como dicen algunos, sino que ya no podemos más. Todo está siendo largo, muy largo. Va ya para dos años, desde aquel encierro forzoso que interrumpió nuestras vidas habituales ... y, hasta ahora, las cosas no han vuelto a su cauce original. Seguimos limitados en nuestras actividades cotidianas, en la presencia en el lugar de trabajo, en las relaciones con familiares y amigos, en los viajes y en tantas cosas más, que ya hasta nos hemos acostumbrado a ello, sin darnos cuenta de que la resignación es un suicidio cotidiano.
Así las cosas, los ciudadanos reclamamos que desde las instancias correspondientes se nos digan las cosas claras. Pedimos normas precisas que nos ayuden a desenvolvernos en el maremagnum diario de novedades –a veces tan sorprendentes como contradictorias–, indicaciones precisas y útiles en lugar del guirigay de ocurrencias a las que nos tienen sometidos. Un día, cuando no había mascarillas para todos, nos dijeron desde el poder que los cubrebocas no resultaban necesarios porque provocaban un efecto de «falsa seguridad» (un término odioso, por cierto). Después, nos lo exigieron en todo lugar y circunstancia. Más tarde, nos eximieron de su uso en exteriores «para que las calles se llenaran de sonrisas». Al final, volvieron a la inexcusable obligatoriedad en la calle. Y así hasta el infinito.
En otra ocasión, el Gobierno se negó a los test de antígenos, y mientras en otros países se vendían hasta en las gasolineras, aquí no estaban autorizados. Luego los admitieron para venta en farmacias «con receta médica», lo cual era un contrasentido, porque uno se hace la prueba para ver si está contagiado y en función de ello acude o no al especialista. Pasado el tiempo, eliminaron la obligatoriedad de la receta, pero prohibieron que se vendieran fuera de las boticas, como ocurre en todo el mundo. Hoy, te dicen que te hagas tú la prueba y así ahorran colas en los centros de salud.
Cuando llegaron las vacunas y no había para todos, las autoridades sanitarias determinaron que quienes habían pasado la enfermedad solo necesitaban una dosis. Más tarde dijeron que dos, y después que tres. Del mismo modo, se indicó que los infectados deberían recibir la tercera dosis cuatro semanas después del diagnóstico. De la noche a la mañana, se decretó que el plazo se aumentaba (con toda lógica) hasta los cinco meses. Y así podemos seguir relatando esta 'yenka' continua de decisiones que terminan enmendándose unas a otras. Un auténtico despropósito para los sufridos ciudadanos que ya no saben a qué carta quedarse.
Añadamos a esto el radar covid (¿se acuerdan?), los rastreadores y el pasaporte sanitario, que fue imprescindible hasta que ha dejado de serlo. Y las cuarentenas: diez días, luego siete y ahora van a dejarlo en cuatro. ¿Alguien entiende algo?
Para rematar, nunca conocimos al 'comité de expertos' que, supuestamente, asesora al Gobierno. En un ejercicio absoluto de falta de transparencia, se nos ha negado poder conocer quiénes son los que deciden sobre nuestras vidas, una cosa hoy y otra muy diferente mañana. Lo significativo es que en ese sanedrín no haya ningún inmunólogo, pero eso no parece preocupar a quienes deberían de estarlo. Ya nadie es capaz de adelantar lo que va a pasar en un futuro inmediato. Lo que ha valido puede que no sirva y las directrices son susceptibles de cambiar en cualquier momento. Fatigados, exhaustos y hartos, solo pedimos ya una cosa: aclárense, por favor. Los ciudadanos se lo agradeceremos mucho.
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