Después del calor llega el verano, este verano que, mucho me temo, durante años recordaremos como el último feliz de nuestras vidas. Ah, un verano feliz. ¿Cuándo fue el anterior, ustedes se acuerdan?
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En septiembre se habrán esfumado los últimos ahorros que conservamos de los ... tiempos de la covid, las muchas ganas de divertirnos, la añoranza de los días y las noches de ron y miel. Vendrá septiembre y la inflación apagará todos los farolillos, acallará la orquesta, enfriará el mar. La inflación es una poderosa herramienta de cambio; siempre que ella asoma el morro, hay disturbios, caen gobiernos, comienzan épocas…
No hay moneda que devaluar, solo podemos devaluarnos a nosotros mismos, hacernos más pobres, gastar menos. Septiembre estará lleno de huelgas, de protestas, de subida de intereses, de bajadas de pensiones, de sueldos que no alcanzan… Días difíciles. La única solución parece un gran pacto político y social: que partidos políticos, sindicatos y empresarios se pongan de acuerdo para capear el temporal. Pero, más allá de la ortodoxia económica, la que propugna el enfriamiento de la economía, habrá que tomar una decisión: elegir entre acabar con la inflación o ayudar a la gente que lo está pasando mal.
Las dos cosas a la vez es imposible hacerlas y, dependiendo de lo que elijamos, España será mejor o peor dentro de unos años. Mi esperanza, para qué voy a engañarles, es poca. ¿Qué sacrificios estamos dispuestos a hacer para no dejar a demasiada gente por el camino? Pocos, me temo. Se acerca el otoño. En Juego de Tronos, era el invierno lo que avanzaba.
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