En 2017 la gran distribución empezó a buscar alternativas para reducir e incluso eliminar el uso del aceite de palma en los alimentos que comercializaban en sus lineales. Hay que recordar que además del problema de su alto nivel de grasas saturadas en comparación con ... otros aceites, una de las grandes críticas internacionales a su uso masivo se centró en el problema de la deforestación que generaba en los países productores. A pesar de que se ha reducido de forma significativa en varias cadenas de distribución, sigue siendo el aceite que más se importa en nuestro país, con alrededor de dos millones de toneladas anuales. También es importante destacar que el total del aceite de palma que se comercializa en la Unión Europea ya está certificado como sostenible.
Ahora, la crisis generada por la guerra en Ucrania en el mercado del aceite, con la reducción radical de la oferta de aceite de girasol, ha hecho que se vuelva a poner sobre la mesa la necesidad de reactivar la compra de aceite de palma. Es cierto que existen otras alternativas, como el aceite de soja, el de colza o el mismo aceite de oliva.
Lo que sucede es que sus características no son iguales, no solo desde una perspectiva organoléptica, sino también físico química, por lo que adaptar los procesos de elaboración a sus peculiaridades requiere tiempo, puede suponer un alto coste y, por tanto, afectaría al precio final del producto. En todo caso, los países de origen también han saltado las alarmas por la subida de los precios en un 7%, como consecuencia del aumento de la demanda exterior. Por un lado este incremento en las cotizaciones ya es de por sí un hándicap importante que puede limitar el cambio. Por otro lado, Indonesia, como principal país productor, ha prohibido la exportación para garantizar su autoabastecimiento.
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