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Eso es ser una víctima del absentismo emocional, una tendencia que no afecta a la cuenta de resultados de las empresas, pero que deja huellaAlas empresas les preocupa el creciente absentismo laboral y no es para menos. Solo en Valladolid el impacto económico se ha calculado en más de 140 millones de euros. Las cifras se han disparado un diez por ciento si comparamos el año 2018 con 2017, ... si bien durante la época de crisis económica esos datos disminuyen por el temor a perder el puesto de trabajo. Como curiosidad, la mitad de esas bajas computadas afectan a los lunes y martes. Es la picaresca del absentista profesional. Así que para hacer frente a esta situación, las empresas ya disponen de un instrumento de control. Se trata de la sentencia del Tribunal Constitucional que contempla la opción del despido incluso en bajas que están justificadas. El Tribunal explica que el absentismo laboral «conlleva para el empresario un perjuicio de sus intereses legítimos, por la menor eficiencia de la prestación laboral de los trabajadores que faltan a su puesto de trabajo de forma intermitente». Los empresarios en Valladolid aplauden el fallo, pero aclaran que el trabajador no queda desprotegido por cuanto se habla de situaciones muy leves, no procesos graves en los que el derecho constitucional no permitiría un despido.
Pero hay otro tipo de absentismo que debería preocuparnos más. Es el absentismo emocional, un término que considero apropiado para reflexionar en esta festividad de Todos los Santos. Una fiesta en la que manda la tradición y que impone la visita obligada a los cementerios. Un peregrinaje para honrar a los que ya no están pero que un día estuvieron. Un día en el que se venden más flores que en San Valentín, pero es un día, solo uno. El resto del año, los cementerios son remansos de paz. La visita al camposanto se ciñe al rojo en el calendario y, en el mejor de los casos, se anticipa con el ánimo de adecentar las cunas que dan cobijo a los cuerpos que en otros tiempos estuvieron llenos de vida.
Las tradiciones se van diluyendo, pero es fruto de ese absentismo emocional que inunda todo cuanto toca. Esa falta de apego a lo personal, a los momentos compartidos, al contacto, a la escucha. Porque nacemos y morimos solos, pero no debemos vivir solos. Y es una realidad que padecen las víctimas de la soledad. Recientemente, una cuidadora social comentaba que al llegar a casa del mayor que atendía este le pedía que no le ayudase en las labores de casa, que solo le escuchase. Eso es ser una víctima del absentismo emocional, una tendencia que no afecta a la cuenta de resultados de las empresas, pero que deja huella. Tampoco está penalizado en los tribunales, pero existe y duele verlo y sentirlo.
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