Abre los ojos
Rincíon por rincón ·
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Rincíon por rincón ·
«Cuando el SARS-CoV-2 llamó a la puerta, algunas de las miserias de este país quedaron al descubierto. Las nuestras, por extensión, también»La covid, femenino por decisión de la RAE, nos ha abierto los ojos. La pandemia, terrible en algunos de sus aspectos, ha servido al mismo tiempo para visualizar una parte de nosotros, de la propia sociedad, que nos resultaba absolutamente desconocida.
Cuando el SARS-CoV- ... 2 llamó a la puerta algunas de las miserias de este país quedaron al descubierto. Las nuestras, por extensión, también. Quizá por eso la plaga, odiosa, tiene en algunos aspectos un efecto regenerador innegable.
En Riello, en el tramo medio del río Omaña, en la provincia de León, el paisaje es hermoso. Al fondo, sobre el horizonte, las montañas se confunden entre las nubes al mismo tiempo que se dejan acariciar por la ladera, todo mientras el sol se mueve de un lado al otro y provoca un increíble cambio de colores.
Allí mismo, en una especie de cárcel mal estructurada, las paredes están roñosas. Sí, tienen un aspecto cutre, áspero y feo, como si nadie se hubiera ocupado de ellas con el paso del tiempo.
A medida altura, por la cintura, se puede ver moho y suciedad, y la pintura se ha brotado con tanta virulencia que los desconchones son evidentes. La mugre recorre la pared hasta el fondo y justo en ese punto, junto a la puerta, cae hacia al suelo para atravesar a la habitación contigua.
En ese entorno se acumulan las sillas, incómodas, con el tapiz sucio y manchas cuyo origen es preferible no imaginarse. Son sillas azul pálido a un lado, intenso al otro, que quieren imitar a sillones pero que, en realidad, parecen sacadas de un catálogo de saldos y que están dispuestas a desmoronarse mientras chirrían en todo momento como si ese fuese su último grito antes de que los tornillos salgan volando.
Las sillas-sillón, que se retuercen sobre sí mismas, reposan sobre una losa creada por baldosas de anticuario. Son esas baldosas de la postguerra, frías, con la veta rancia y el hilo que las separa negro, lleno de mierda.
En una esquina, escoltada por la humedad, una televisión propia de una habitación de residencia de estudiantes, intenta animar un decorado lleno de espanto. La tele está en la esquina y el lugar es estratégico porque justamente allí la humedad se ha apoderado de la pared y la ha carcomido de arriba hacia abajo.
En ese mundo tan ruin, tan repugnante, vivían 26 ancianos hasta finales del pasado mes de octubre. Entonces, el techo se vino abajo, las bovedillas quedaron al aire y entonces un mundo tan nauseabundo quedó al descubierto.
Los 26 ancianos habían convivido en entre esas repelentes paredes durante meses y al parecer nadie lo había advertido o todos quisieron ignorarlo.
El virus, el maldito virus, ha propiciado que ahora la mirada se vuelva hacia los mayores, los más débiles, los más necesitados. Puede que con su paso se entienda que más allá de una pandemia ningún anciano merece vivir o morir rodeado de mugre. De mugre y olvido.
Pese a que la noticia fue ampliamente publicada ninguna autoridad competente ha mostrado su indignación o ha pedido responsabilidades públicas. Solo la alcaldesa de Murias de Paredes, Carmen Mallo, denunció que «no puede ocurrir algo así en ninguna otra residencia y deben depurarse responsabilidades, tanto por respeto a nuestros mayores como a las trabajadoras que se han sentido desamparadas todo este tiempo».
El mensaje de Mallo fue un mensaje en el desierto, nadie lo ha secundado y nadie ha tomado medidas, al menos, que hayan trascendido.
El virus jamás debería haber entrado en una residencia solo anidar en quienes provocaron, con su incompetencia, escenas tan repugnantes.
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