En la Odisea, mientras Penélope no para de tejer, Telémaco toma las de Villadiego para emprender un viaje en busca del padre ausente. Al final de la escapada solo se encuentra a sí mismo. Que no es poco.
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El verano siempre es época propicia ... para irse de casa. El calor aprieta, las nubes se fugan del cielo y, con permiso del Pisuerga, se añora el mar que nunca tuvimos. Pero el peligro de los rebrotes y los números rojos invita a encontrar las virtudes del exilio doméstico.
No es momento para dispendios en viajes de altos vuelos, nada de zascandilear de la Ceca a la Meca o encasquetarnos el salacot de explorador, es hora de ponerse a cubierto y quedarse en casa. Aquí rompen olas de cultura milenaria, espumas del pasado y versos de arte mayor. Ha pasado a la historia aquel cartel que jalonaba el cristal comercial en época estival: «Cerrado por vacaciones». Ahora el cerrojo tiene otra clave y el rótulo en la puerta, un aire a esquela. Es hora de arrimar el hombro y levantar la economía local.
Pese a todo, el despilfarro en la Administración es el rayo que no cesa. Nada sabemos de aquella comisión anunciada por Francisco Igea a bombo y platillo que iba a meter mano a los chiringuitos autonómicos y a terminar con esa administración opaca y clientelar que solo sirve como nicho de empleo para afiliados en el paro y amiguetes sin oficio ni beneficio.
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Y para escarnio, la última cacicada en el Itacyl. Dan ganas de hacer como Ulises y tardar años en volver a casa.
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