Tampoco hace uno locuras como para que nos llegue este insomnio que nos abate. Llega el día, y la luz entra fuerte, que en estas latitudes, en esta Irlanda con sol que dijo el poeta, la iluminación es cuestión de vida. Entonces el perro ladra, ... y sabe que no puede pasar la lengua por la mesilla de noche, donde se apilan benzodiazepinas de todo jaez y libros históricos con los que ir entrando en calor. No es ni temprano ni tarde, pero el grupo de WhatsApp ya está dándole vueltas a los respectivos hachazos con los que hemos de convivir. Antes era despertarse con la incidencia acumulada y la Operación Balmis: ahora con una banda del supermercado medio vacía. Porque el desabastecimiento tendrá sus causas y sus culpables, pero estamos aquí como para que nos vaya faltando lo más urgente. El papel higiénico y el anís que nos da la vida.

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Y pese a todo es domingo, y aquí estamos, en el buen papel y en el buen día. Hay que amanecer domingo, que la niebla nos lleve recta a misa. Que el frío de siglos nos saque de estos insomnios, que son un populismo de la materia gris. Hoy, pese a todo, he dormido bien porque hoy domingo toca bajar al pueblo y dejar la gasolinera donde me vende, Atilio, unas hierbas encapsuladas que me dejan adormecido. Con cuerpo de domingo sin resaca, que los años van cayendo con una dureza trascendental y pospandémica. Después de la siesta bajaré a la capital, a ver una española.

Benditos sean los domingos que podemos madrugar. Y que el otoño, la única musa a la que aspiramos, nos entre por ósmosis al abrir el balcón y sacudir la manta de malos sueños.

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