El abandono de Génova y otros gestos

Pablo Casado, en concreto, ha pasado de pactar con Vox la gobernación en Andalucía y de protagonizar la malhadada fotografía de Colón que legitimaba a Vox a los ojos de la derecha democrática, a la confrontación directa con este partido de extrema derecha en la moción de censura de los de Abascal contra el gobierno. Y los síntomas de debilidad del líder, que tuvo que desprenderse primero de Álvarez de Toledo y que sufre la competencia de Ayuso -del aznarismo, a través de Miguel Ángel Rodríguez en el equipo- en la presencia pública del partido, hay impulsado a la derecha españolista catalana a preferir a Vox antes que al PP, desorientado, vacilante, y con la carga de la corrupción a las espaldas; corrupción que en Cataluña se hizo presente a través de Fernández Díaz, quien usó a la llamada 'policía patriótica' para no se sabe bien qué objetivos partidarios.

Tras la débacle, Casado, interpelado por la sociedad en general y por sus seguidores en particular, ha tomado una decisión rotunda: abandonar Génova, con el argumento certero de que no puede permanecer en una sede cuestionada por los tribunales por ser parte de presuntas corrupciones. El gesto es pertinente, pero no es eso lo que se le preguntaba. Lo que el hemisferio derecho de este país, cargado de perplejidad, esperaba de Casado era un proyecto, una respuesta a la hecatombe. Y la noticia de la mudanza ciertamente ha servido para ocupar de forma inocua el titular mediático, pero no ofrece respuesta alguna a las muchas interrogaciones pendientes de contestación.

De entrada, no es cierto que en política las hipotecas no se heredan. Casado es hijo de sus mayores, fue encumbrado por su antecesor -Rajoy- y este a su vez por Aznar. Esta historia, que es la de una financiación ilegal del partido que dura -según los tribunales- desde 1982 y no concluyó hasta 2009, ya está en la naturaleza del partido, del mismo modo que el 3% y las todavía presuntas ilegalidades cometidas por la familia Pujol desnaturalizaron CiU, que no solo cambió de sede, sino también de nombre. En consecuencia, Casado no tiene más remedio que endosar a beneficio de inventario estos errores, reconocerlos, terminar de sanear el partido -aún hay senadores en activo que percibieron sobre con dinero negro- y garantizar con humildad y decisión al tiempo que no habrá el menor margen de benevolencia para cualquiera que en el futuro cometa el menor desliz.

A partir de aquí, Casado tiene que optar por un perfil ideológico nítido, que no puede ser más que el liberal-conservador que mantiene, por ejemplo, la señora Merkel, que ha preferido una gran coalición con los socialdemócratas del SPD que cualquier acercamiento a la extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD, aislada mediante un cordón sanitario por todos los demócratas alemanes (a nadie en aquel país se le ha pasado por la cabeza argumentar que AfD era respetable porque Die Linke, la extrema izquierda, sí goza de cierta respetabilidad).

Mientras el PP no salga de su ensimismamiento, no asuma con valentía su pasado, no consolide su ruptura con los líderes que no respetaron suficientemente el juego limpio -Kohl también estuvo en el ostracismo al término de su brillantísima ejecutoria en activo-, no trace un programa moderno, liberal y compasivo al tiempo, escrupuloso con los derechos humanos y generoso con las minorías y los inmigrantes, que incluya subprogramas generosos e inteligentes para Euskadi y Cataluña, Vox, que aparece como una pesada roca monolítica, seguirá engordando a costa de las deserciones que sufra el PP, hasta llegar a una situación a la francesa, en la que la extrema derecha domina el universo conservador. No será fácil el ejercicio que debe hacer Casado en una gran convención que habría de celebrarse cuanto antes, pero es el único camino de supervivencia.