Ahora que los rockeros ya no escandalizan, ahora que se levantan a las siete menos diez de la mañana y hacen dos horas de pilates en ayunas, ahora que comen recetas de superalimentos con cúrcuma y escriben canciones sobre las consecuencias de la deforestación, ... ahora que las estrellas del rock dan clases de meditación y los Rolling llevan en las giras un geriatra en lugar de un camello, alguien tenía que pegarse las fiestas con mujeres, gastarse la pasta en champán y destrozar las habitaciones de los hoteles. Ese alguien es José Luis Ábalos. O eso cuenta Ketty Garat en 'The Objective' en la primera de las piezas sobre los supuestos escándalos del ex ministro de Fomento, una serie que nace con un aire irresistible de concierto de los Ramones; yo los vi en el 92 y vomitaban entre canción y canción.
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El protagonista lo niega todo y ha prometido acudir a los tribunales a limpiar su nombre. Para el que no lo haya leído, la nota consiste en un eco continuo de gente escandalizada por el comportamiento de Ábalos y de su guardaespaldas Koldo. Por entre las líneas del texto discurren las referencias que aluden al imaginario clásico del típico ministro respetable envuelto siempre en una marea de ligueros, señoras con piernas larguísimas que saltan sobre él en camas de habitaciones en las que se cierra la puerta y al otro lado se escuchan carcajadas. Esa es la representación que uno hace de 'champán y mujeres' después de crecer viendo el cine del destape donde si al otro lado de la puerta la gente se reía, significaba que allí había tomate. A mí, la cama nunca me dio risa, pues si todo va bien, desvestirse no se parece en nada a contar un chiste, pero en eso consistía para el espectador; no me pregunten por qué.
Iba ayer la gente por Madrid preguntándose si habían leído 'lo de Ábalos', donde viene que hay una habitación destrozada en un parador y un vídeo, aunque no es lo mismo decir que hay un vídeo que mostrar el vídeo. En realidad, a mí las costumbres personales de este o de otro me importan bien poco siempre que sean personales. También me cuesta creer que estando Podemos en el Gobierno, un ministro poco menos que viviera en una caravana de mujeres y no supiéramos nada. O la información no es cierta o lo que no es cierto es Podemos. Bien pensado, en el partido del feminismo y los estándares morales se puede seguir los equilibrios y las alianzas de poder por el reguero de ropa política que dejan en el suelo.
Lo de las señoras de pago tampoco sería nuevo. Se publicó que mientras Puigdemont estaba detenido en Alemania, su gente había pagado cientos de euros en señoras bajo el epígrafe tan preciso de 'Gastos de catalanes', y una fuente me aclaró que en determinados ambientes de negocios y de la política de aquella región, a este disfrute se le llamaba coloquialmente 'Helados para los postres'. Así que la fama supuesta de Ábalos se inscribe con facilidad en esta tradición tan española del hombre poderoso con los pantalones por los tobillos que han cultivado con esmero dirigentes de todas las formaciones. Algunas de las cuales han tenido entre sus filas a tanto y tan buen aficionado a la horizontalidad que a las sedes se les ponía un aura como de neón. La política siempre ha sido una casa de putas, algunos días en sentido figurado y, otras muchas, en sentido literal.
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