2019: mediocracia política y excelencia cultural
El espigón de Recoletos ·
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El espigón de Recoletos ·
De momento, quedan sin resolver el alza de las pensiones o la subida del salario mínimo interprofesional hasta que no haya EjecutivoNos deja 2019, el año del laberinto del 'procés', entre ministros feos, herencias sin resolver y candidatísimos terroríficos: año de mediocres, sayones, lacayos y medradores. La política marchó hacia atrás como el cangrejo y no permite augurar cosas optimistas. De momento, quedan sin resolver ... el alza de las pensiones o la subida del salario mínimo interprofesional hasta que no haya Ejecutivo. Por el contrario, la cultura, que nos dio algunas tristezas por los decesos del año, nos colmó de constantes alegrías.
Ha sido el año de la muerte del filólogo Harold Bloom, inspiración constante; de la inolvidable vocalista de Roxette, Marie Friedriksson; del incomprendido Camilo Sesto, al que todos creíamos inmortal; de la cantante Marie Laforêt, la inolvidable intérprete de 'El exilio de Gardel (Tangos)'; de Anna Karina, diosa de la Nouvelle Vague; de la sensual Claudine Auger, la Domino Petacchi de 'Operación Trueno'; de la fabulosa intérprete sueca Bibi Andersson; de Peter Fonda, el rebelde motero; de Danny Aiello, el gánster amable; del grandísimo Arturo Fernández, que se fue con las botas puestas; de los cineastas Jean-Pierre Mocky, Jonas Mekas, Stanley Donen, Franco Zeffirelli, Václav Vorlíček, John Singleton, Agnés Varda, Roberto Bodegas, Chicho Ibáñez y Javier Aguirre; de los intelectuales Rafael Sánchez Ferlosio, Miguel León-Portilla, Juan José Alonso Millán, Andrea Camilleri, Toni Morrison, Diego Galán, Claudio López Lamadrid, Gonzalo Sobejano y Jean Starobinski. Y nos dejó una española ejemplar: la genetista Margarita Salas.
En el orden de los regalos, nos quedamos con 'Los enemigos del traductor: elogio y vituperio del oficio' (Fórcola), de la brillantísima Amelia Pérez de Villar; en esta misma editorial Guillermo Busutil lo contó todo en 'La cultura, querido Robinson', y César Antonio Molina publicó su imprescindible 'Las democracias suicidas'; Carlos Aganzo escribió 'Madrid' (Tintablanca), volumen esencial que recupera al 'flâneur' frente al turista; Manuel Neila publicó sus más que recomendables 'Sendas de Basho' (Polibea); Vicente Molina Foix dio a la imprenta una delicatesen, 'Kubrick en casa' (Anagrama); Luis Antonio de Villena hizo magnífico doblete con 'El exilio del rey' (Cabaret Voltaire) y 'Las caídas de Alejandría' (Pre-textos), y Javier Gomá publicó un díptico maravilloso: 'Dignidad' (Galaxia Gutemberg) y 'Quiero cansarme contigo' (Pre-textos). El gran J. Ignacio Díez dio a la imprenta sus imprescindibles 'Juegos cervantinos' (Pigmalión), Funambulista publicó 'Corazón y ciencia', el ataque contra la vivisección de Wilkie Collins, y Tres hermanas tradujo la excepcional 'Relojes en la habitación de mi madre', de Tanja Stupar-Trifunovic, memoria femenina de la antigua Yugoslavia. El admirable Víctor Matellano estrenó 'Regresa el Cepa', documento excepcional del rodaje y estreno de 'El crimen de Cuenca'; Magüi Mira volvió a darnos unos de sus recitales memorables en 'La culpa', de David Mamet, dirigida por ese genio que es Juan Carlos Rubio, quien cerró el año con la sorpresa de 'Juana', con una Aitana Sánchez-Gijón en estado de gracia y probablemente la mejor obra de 2019. Según la clase política fue desmontando el pensamiento y la lógica, decenas de creadores heroicos a los que admiramos reconstruyeron con su quehacer enjundioso el edificio del progreso. Afortunadamente, Amore. ¡Feliz año!
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