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170 años defendiendo al lector (incluso de sí mismo)
Óxidos y vallisoletanías

170 años defendiendo al lector (incluso de sí mismo)

«El problema es que la valentía hoy no se demuestra enfrentándose al poder sino al lector, que ya no quiere conocer la verdad sino confirmar sus sesgos»

José F. Peláez

Valladolid

Viernes, 25 de octubre 2024, 06:53

Gay Talese es un maestro de periodistas y una de las voces más importantes de la 'nueva narrativa' y de aquel reporterismo que surgió en Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX –o sea que, de 'nueva', poco– y que incluía a talentos como Tom Wolfe, Truman Capote o Norman Mailer. Hace no mucho le escuché decir que para hacer buen periodismo hay que estar dispuesto a sufrir, tener el valor para soportar que te perciban como un peligro y, además, contar con la fortaleza mental suficiente como para aguantar que diariamente te insulten y te llamen traidor y seguir a lo tuyo, es decir, dando voz a los que no la tienen, ofreciendo puntos de vista que quizá no agraden y poniendo la verdad por encima de todo. O más bien la honestidad, es posible que 'verdad' sea una palabra demasiado grande y, por lo tanto, su búsqueda un objetivo mesiánico y pretencioso.

Yo no soy periodista –¿por quién me toman?– pero escribo en periódicos. Así le entiendo. Talese nos pide que nos la juguemos, pero sucede que el buen Gay tiene 90 años y cuando habla lo hace desde una situación mental que no encaja del todo con la realidad de 2024. Él se imagina como un superhéroe que está del lado del lector y en contra del poder, aguantando intentos de soborno y amenazas de asesinato en las calles del Upper West Side neoyorquino, entre Sinatras excesivos y boxeadores de Queens. Pero el escenario en el que trabajamos hoy es diferente. Las presiones a las que se refiere Talese son salvables, digamos que estamos acostumbrados a ellas y forman parte de nuestro trabajo. Cuando hablamos de prevención de riesgos laborales quizá debamos pensar menos en los dolores de espalda y más en los dolores de acoso. O, como decía el domingo Antonio G. Encinas, en las enfermedades relacionadas con el estrés, pero no solo es ese estrés que llega por trabajar demasiado sino, sobre todo, por trabajar rodeado de hijos de puta. En cualquier caso, vivimos en un lugar más o menos civilizado con leyes que impiden a los salvajes dar rienda suelta a sus pulsiones y, en el caso de El Norte de Castilla, además con la enorme protección de quien sabe que trabaja para un medio honrado, valiente y digno.

El problema es que la valentía hoy no se demuestra enfrentándose al poder sino al lector, que ya no quiere conocer la verdad sino confirmar sus sesgos. Y que lee como quien va al fútbol, enfundado en una bufanda que lleva sus colores. En realidad, para ser riguroso y justo, no me refiero al lector en general sino a un tipo de lector cada vez más frecuente, el inquisidor, el maniqueo, el que quiere profundizar en su trinchera, el que no tiene dudas de nada y que trabaja como apóstol arruinando cenas familiares, comentarios de noticias, grupos de WhatsApp o cualquier otro lugar al que su sectarismo le lleve. El que amenaza, intimida, persigue y eventualmente cancela. Por cierto, esto último también lo comentaba Talese, que admite que hoy no habría podido escribir la mayor parte de lo que escribió en su momento. Y es cierto. Pero en el momento en el que esta situación nos lleve a recular y a decir lo que quieren oír, habremos muerto. Porque en el momento en el que nuestra tranquilidad esté por encima de nuestra integridad dejaremos de decir lo que debemos para decir lo que resulte más sencillo.

El Norte de Castilla cumple 170 años y es algo por lo que debemos estar muy felices. Nuestra historia –seis años y casi quinientos textos después, me incluyo como parte del periódico– es una historia épica, gloriosa y de la que todo Valladolid debería estar tremendamente orgulloso. Son 170 años al servicio de la sociedad en la que operamos. Pero quizá es buen momento para recordar que estar al servicio de la sociedad no tiene nada que ver con estar subyugado por ella. No se trata decir lo que quieren oír sino lo que necesitan saber. No se trata de obedecer sino de liderar. Yo estoy al servicio de mi hija, pero no soy un lacayo genuflexo sino lo contrario. Ser servicial no es ser servil.

Y, por eso, conviene recordar que no estamos aquí para dar la razón al lector o para profundizar en sus fobias. Si queremos ser honestos hay que ser valientes y eso implica no buscar el aplauso sino el respeto. Y eso pasa por empezar respetándolo a él también, es decir, por tratarle como un ser inteligente con su propio criterio. Eso debe ser así con independencia de que los lectores prefieran otra cosa. Es más fácil tirar carnaza a las pirañas, es más cómodo seguir un algoritmo, es más sencillo hablar para agradar a la derecha, o a la izquierda, o a los católicos o a los feministas cuando, en realidad, hay que escribir para cabrear a la derecha, a la izquierda, a los católicos y a los feministas. Y no estamos provocando: solo estamos trabajando.

Pero estamos trabajando para los lectores. Y eso es complicado cuando intuyes que la mitad de los lectores no quieren que la prensa les proteja del político, sino que el político les defienda de la prensa; cuando no se ve al periódico como un aliado que se enfrenta al poderoso sino como un enemigo que se enfrenta al honrado y virtuoso líder; cuando el periodista ya no es el bueno frente al malo sino el malo frente al bueno. El otro día nuestro compañero Alberto Mingueza se jugaba el pescuezo para ser testigo de un accidente. Sorteaba a la Policía –que no es palabra de Dios sino solo una fuente– para poder ver qué había sucedido y que la verdad llegara a los lectores. Porque cabe recordar al lector que cuando hacemos estas cosas no es porque nos apetezca meternos en problemas sino porque es nuestra obligación, porque queremos que los lectores se enteren de lo que sucede antes y mejor. Nadie haría eso si no tuviera al lector en mente. ¡Lo hacemos por ellos! Bien, pues en los comentarios de la web, los lectores se ponían mayoritariamente de parte de la Policía en lugar de ponerse del lado de quien se está jugando el tipo para que ese lector sepa lo que la Policía no quiere que se sepa.

Y ahí estamos, si el populismo existe es porque funciona, porque alimenta nuestro instinto más primario con comida basura, porque hemos invertido los ejes y porque parte de la sociedad no quiere que nadie fiscalice al político si ese político es 'de los suyos'. Así que OK, Gay. En El Norte estamos preparados para otros 170 años contando lo que sucede. Lo haremos con valentía, dispuestos a sufrir, con el valor para soportar que nos perciban como un peligro y, además, con la fortaleza para saber encajar insultos y soportar el desgaste personal. Nos jugaremos la salud si es necesario. ¿Pero exactamente por quién?

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