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El 13 de marzo de 2020 el presidente Sánchez -traje oscuro, expresión grave, discurso calculado- compareció ante sus «estimados compatriotas» para anunciarles que él y ... su Gobierno tomarían al día siguiente el mando de una pandemia que ya enseñaba al mundo los dientes de su ferocidad decretando el estado de alarma, preludio de un insólito confinamiento colectivo. Aquel intencionado «compatriotas» fue la antesala de un mensaje de seis minutos trufado por la excepcionalidad del tono, el contenido y las palabras escogidas para transmitirlo: todo rezumaba «las extraordinarias» circunstancias del momento, el país entero se adentraba en «la primera fase del combate», el cuerpo de sanitarios era nuestro «escudo» y «el heroísmo» también consistía «en lavarse las manos y quedarse en casa». Sánchez anticipó un tiempo «muy duro y difícil» y concluyó pidiendo una suerte del 'sangre, sudor y lágrimas' churchilliano adaptado a la guerra de la covid-19: «Unidad, responsabilidad y disciplina social».
Un lustro después de aquel encierro casi alucinógeno, con la huella del drama por los 150.000 muertos, el desafío de 14 millones de contagios y la celebración de una veintena de cumbres del presidente con sus homólogos autonómicos, España continúa sin aprobar una ley antipandemias, convertida en el espejo de todas las reformas comprometidas en aquellos meses de tinieblas que no se han ejecutado. Y las costuras de la cogobernanza en un Estado territorialmente diverso y complejo han vuelto a quedar al descubierto con la discutida gestión de la dana.
Cinco años después de estremecerse por el coronavirus, Europa, y con ella España, contiene el aliento ante un incierto orden internacional este sí de genuino belicismo. El país no solo no salió mejor del envite pandémico -o no todo lo bien que proclamaba el mantra de aquellos días-, sino que lo hizo más polarizado. Así es como lo ven las cinco voces consultadas en esta mirada retrospectiva.
Daniel Innerarity se arranca con una dolorosa constatación: «No sé si hemos salido mejores, hemos salido menos», evidencia sobre la pérdida de vidas en una pandemia que requería una «mejor gestión», que ocasionó «un retroceso en la igualdad» -sobre todo para los menores sacados de los colegios- y exacerbó un sentido de la libertad, que ya cundía en «la extrema derecha», «completamente desvinculada de las responsabilidades comunes». Y el germen de la polarización política y social se contagió porque «la desinformación -sostiene- alcanzó niveles inéditos».
El filósofo distingue entre los compases iniciales en la reacción ante el coronavirus definidos por «una concentración del poder y una escenificación casi militar» de «la lógica colaboración» posterior entre el Estado y las comunidades, dado que estas gestionaban dos áreas esenciales -Sanidad y Educación- para la convivencia. Pero esa obligada cogobernanza no se ha estabilizado, advierte, una vez diluida la covid. «Este es un sistema político que compite mejor que colabora», concluye. Innerarity se queda con con «la inflexión importantísima» que supuso el modo «mancomunado» en que la UE afrontó aquella crisis. «Un buen presagio», confía, «para encarar la de seguridad de ahora».
«Que no tengamos una ley de pandemias, la institucionalización de la conferencia de presidentes y más y mejor sanidad pública es la muestra de que la covid fue dolor, pero también una oportunidad perdida», resume Rocío Martínez-Sampere sobre este lustro que, «lamentablemente», ha dejado el calor colectivo escenificado en los balcones en «flor de un día». La exparlamentaria del PSC censura que ni siquiera se haya encarado «una reflexión» a fondo sobre lo que nos ocurrió y lo que hicimos, sin decisiones «estratégicas» a posteriori y sin avanzar en la, a sus ojos, necesaria federalización del Estado. Un cúmulo de déficits, de falta de reformas, que inocula la desafección hacia «el funcionamiento de la democracia» y «el hartazgo de los jóvenes».
Para Martínez-Sampere, la pandemia fue «un acelerador» de la polarización, de la identificación del otro «como enemigo». Y se muestra convencida de que si el virus reverberara en España, las decisiones que adoptaron «serían ahora mucho más discutidas y menos respetadas» política y socialmente. Ella también se aferra a «la reacción infinitamente mejor» de Europa frente a la que protagonizó ante la debacle financiera de 2008: «Los fondos Next Generation sustituyeron a los 'hombres de negro'».
Teníamos todos «tantas ganas de olvidar la pesadilla», subraya Elisa de la Nuez, que no hemos hecho «el esfuerzo» de explorar las lecciones que podían extraerse de un trance tan al límite. Y esta desidia «quizá sea lo peor», remacha la representante de Hay Derecho, quien, como jurista, denuncia que no se hayan afrontado los cambios legales -de nuevo, la ley antipandemias- que parecían imprescindibles tras demostrarse que nuestra «regulación no era la adecuada». Y en el terreno político, apunta, los partidos volvieron a subordinar «el debate de fondo» a «la tentación de atribuir culpas» al otro en la gestión, un anticipo de lo que está ocurriendo ahora con la dana de Valencia.
La excepcionalidad del coronavirus no constituye, en su criterio, el único factor que explica la polarización, pero sí lo nutre. De la Nuez remarca cómo esa misma polarización es la que retroalimenta que quienes administran las crisis no se sientan interpelados ni a «reconocer errores» ni a «rendir cuentas». Y si no hay una admisión de que ha podido errarse, «si todo lo que se hizo fue maravilloso», no hay aldabonazo para mejorar las políticas públicas «estructurales» que necesitan, además y por eso mismo, «consenso». «Es la excusa para el inmovilismo», zanja.
«No hemos salido más cohesionados políticamente, hemos salido mucho más polarizados», liofiliza Áurea Moltó el lustro transcurrido desde la globalización pandémica, en un balance asentado en el campo de juego internacional, pero que puede extenderse también al «repliegue» individual y nacional que caracterizó aquellos días extremos de 2020. La representante del Real Instituto Elcano pone el foco en dos cambios de impacto general que el coronavirus galvanizó. Una, la proliferación de «la desinformación y de las teorías conspiranoicas» -con los antivacunas a la cabeza- que preña «la polarización del debate» internacional, con una reacción paralela de «movimientos libertarios a izquierda y derecha», transversales socialmente, contra «las restricciones a las libertadesde los gobiernos» para refrenar los contagios.
Y luego, el señalamiento de China, como «culpable» en el caso de los EE UU que ya habían pasado por el primer Trump; y por la dependencia del gigante asiático en el material sanitario, en el caso de Europa. Una UE cuya respuesta «rápida y efectiva» resultó decisiva, considera Moltó, para superar la crisis pandémica, para reforzar «la construcción europea» y para que España atesore su actual crecimiento.
José María Lassalle recurre a una gráfica imagen para explicar por qué la pandemia «agudizó los conflictos, justificados después porque no funcionó la unidad durante la pandemia»: «Nos cuidamos a nivel colectivo como reptiles, no como mamíferos», ilustra. El exsecretario de Estado con el PP, profesor universitario y ensayista, sostiene que «el miedo al contagio nos unió», pero luego la experiencia propia «nos separó» y «se ficcionó», además, el sentido de comunidad, «a través de las pantallas». Pero «la pantalla siempre es fría y la piel es caliente», describe. Y por eso nos comportamos entonces más como reptiles que como mamíferos.
El autor de 'Ciberleviatán' cree que la cogobernanza «funcionó en la asignación de recursos» -con los ayuntamientos por abajo y el Estado por arriba- «mientras la necesidad fue virtud». Cuando esa necesidad se hizo menos acuciante, «la virtud lo hizo también», y esa colaboración «colapsó» sin el colchón de «un relato colectivo de fondo consensuado», evidenciando que «la política fracasa por los políticos que la gestionan». De ahí que, al final, la cooperación pueda ser vista como «una distopía que justifica el mando y una utopía que demanda realismo».
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