Un psicópata en la Costa Azul

Tercera entrega del serial sobre el traidor a ETA que en 1974 salvó en Mónaco a la Familia Real española

ÓSCAR B. DE OTÁLORA

Miércoles, 11 de julio 2018, 08:41

Quien se encuentra en el núcleo de toda la operación para secuestrar a la Familia Real es el capitán de barco Juan José Rego Vidal. Con el tiempo se convertirá en un miembro de ETA obsesionado hasta la enfermedad con matar a don Juan Carlos, contra quien organizará atentados hasta bien entrados los años noventa. En Montecarlo, con 34 años, está enrolado en el 'Bystander', el yate que tienen previsto utilizar los etarras para llevar a cabo su acción. Él estaba en contacto con marineros de embarcaciones de lujo con base en Mónaco y otros puertos de la Costa Azul, a los que sonsacaba información para preparar el secuestro. Era un experto en ganarse la confianza de las tripulaciones para que le contasen los movimientos de sus millonarios patrones... y de la Casa Real española.

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Jokin Azaola, alias 'Van Put', el confidente que las fuerzas de seguridad mantienen en el comando que planea secuestrar a los Príncipes, permanecía en un chalé de Niza bautizado como 'Roc Azur'. En este caserón de aire provenzal y con grandes cristaleras orientadas hacia un jardín se celebraban por la noche reuniones con los jefes etarras. Van Put escuchaba en silencio el avance de la operación. Y toda la información que reunía se la hacía llegar a la Policía. Pero un día decidió darse una vuelta por el atraque de Montecarlo y observar el barco que iba a utilizar el comando. Se lleva las manos a la cabeza. Lo primero que habían hecho los etarras que lo ocupaban era colocar una ikurriña en el mástil. Una bandera que en ese momento era ilegal en España y que les identificaba como nacionalistas sin nada que ver con la aristocracia europea que reinaba en el puerto monegasco. Les sugiere que la quiten.

El guipuzcoano Rego Vidal era el responsable de ese barco. Tiempo después, en 1978, sería detenido por participar en otro complot para intentar matar a Juan Carlos I en Ibiza. Ese mismo año fue examinado por un psiquiatra, que diagnosticó que su personalidad era la propia de un «psicópata necesitado de estimación», lo que permitía calificarle como un «fantasioso y mitómano». Salió de la cárcel en 1979, precisamente porque se consideró que no era responsable de sus actos por su trastorno mental. Una vez en libertad, puso en marcha turbios negocios de exportación, al tiempo que su egolatría seguía alimentándole. Él tenía que matar al Rey; estaba muy por encima del resto de etarras que asesinaban a simples policías. Por aquel entonces ya disponía de nacionalidad francesa, puesto que se le había asignado la condición de refugiado político.

En 1995 volvió a ser apresado. Esa vez se había desplazado a Mallorca en un velero, 'La belle poule', con su hijo y otro miembro de ETA armado con un rifle de precisión. El plan era matar al Monarca con un disparo a distancia mientras navegaba en el yate 'Fortuna'. Lo que no sabía el comando es que la Policía seguía todos sus pasos. Cada vez que se movía Rego Vidal, un agente le vigilaba.

El enigma 'Bystander'

Lo mismo que estaba sucediendo en 1974 mientras preparaba la primera acción contra don Juan Carlos y su esposa en Mónaco. Rego esperaba a su presa con la paciencia de un depredador a bordo del 'Bystander'. Es un nombre relativamente común en los navíos sajones –su traducción sería 'el espectador', 'el testigo'–, pero uno de los barcos con ese mismo nombre identificados en aquellas fechas en la Costa Azul era propiedad del músico vasco francés Francis López. Este artista fue el compositor de muchos de los éxitos de Luis Mariano, el tenor nacido en Irún que hasta los sesenta fue un ídolo de masas en Francia. López había acumulado una fortuna y en ese momento era un millonario asiduo a las fiestas de Mónaco. Mientras permanecía allí se alojaba en su lujoso yate con su mujer, de origen alemán. Ambos eran fotografiados de forma habitual entre las maderas pulidas y los dorados de la embarcación. No se puede precisar si ETA empleó este barco u otro bautizado con el mismo término pero no identificado.

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El 'Bystander' era el punto de encuentro de los etarras desplazados para cometer el secuestro. Leer los nombres de aquellos terroristas es asistir a la propia historia de la banda, desde sus orígenes hasta su reciente disolución. Muchos de ellos incluso han vuelto a aparecer en público en los últimos meses, en la recta final de ETA hacia su claudicación definitiva. Uno de ellos, por ejemplo, es Isidro Garaialde, 'Mamarru', un jefe militar en los ochenta que, tras ser detenido en 1985, cumplió 38 años en prisión. En 2016 se manifestó a favor de los presos junto con Arnaldo Otegi y José Antonio López Ruiz, 'Kubati', el asesino de Yoyes.

Por el barco también pasó José Luis Arrieta, 'Azkoiti', quien sería el responsable de las finanzas de la organización armada, al cargo de la extorsión a los empresarios durante varias décadas. Este etarra, fallecido en 2001 en la clandestinidad, había sido detenido en 1986 y llegó a ser interlocutor del Gobierno español en un intento de negociación que nunca progresó. Su arresto permitió el acceso al poder de Josu Ternera, el terrorista que ha certificado hace tan solo unas semanas el fin de la banda. En el Mónaco de 1974, Azkoiti era una de las figuras de peso en los preparativos del secuestro de Juan Carlos y Sofía.

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Un diario comprometedor

Pero la persona más importante al frente de la operación era Domingo Iturbe Abasolo, 'Txomin', quien llegó a ser el jefe más carismático de la banda hasta su muerte, en 1987. Txomin era aquel momento un etarra de élite, un hombre de confianza de la cúpula. Con el tiempo, su personalidad hipnótica le permitió ir ascendiendo hasta hacerse con el control máximo de ETA en los tiempos de crisis internas de la banda. Fue él quien accedió a las conversaciones con enviados de Felipe González en Argel, país en el que falleció en un accidente. Años atrás, en Cannes, según se puede leer en las anotaciones policiales, Txomin «se daba la gran vida en la playa, dedicándose a hacer turismo, beber y comer». Interpretó su papel de turista de lujo en la Costa Azul sin dejar ningún detalle al azar. Era un tornero de Mondragón haciéndose pasar por millonario entre la aristocracia y los jugadores de fortuna de Mónaco.

En el chalé donde residía Jokin Azaola, mientras tanto, continuaban las obras para preparar el zulo en el que preveían retener a don Juan Carlos y doña Sofía. El encargado de la construcción fue José María Arruabarrena Esnaola, 'Tanke', un etarra que viajó a Argentina para colaborar con los guerrilleros montoneros. Esta organización armada le adiestró en la preparación de las autodenominadas 'cárceles del pueblo'. Incluso le facilitó los planos para confeccionar la instalación de Niza. A su retorno, contacta con la portuguesa Yvonne, el 'nom de guerre' de una estudiante de Sociología en Bélgica.

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Yvonne, como el propio Jokin Azaola, es parte de la cobertura que ETA ha diseñado para que el chalé en el que querían mantener retenidas a sus víctimas no despertara sospechas. Debían parecer unos ciudadanos belgas que se habían retirado por un tiempo a la Costa Azul y no unos terroristas vascos armados hasta los dientes. El problema resultó ser Yvonne. La mujer, de 41 años, captada en los ambientes de izquierda de Bruselas por un liberado de ETA fugado a la capital belga, se ha enamorado de un 'hippy' que vende baratijas en Niza. Está tan loca por el joven que incluso roba a la banda para pagarle caprichos. Además, se gasta el dinero en bikinis y ropa interior de fantasía para adaptarse al ambiente y seducir a su enamorado. «Tenía la edad mental de una niña de 16 años», la definió Azaola.

Los celos irrumpieron en el plan de ETA. Uno de los terroristas, prendado de Yvonne, decidió revisar la habitación de la mujer un día que ella no estaba en el chalé. Allí encontró su diario y lo leyó. La mujer narraba su historia de amor con el 'hippy' y escribía que estaba dispuesta a confesarle todo lo que sabía sobre el plan para secuestrar a los Príncipes. «Sé que tendría su comprensión», dejó ella anotado. En ese momento, varios miembros del comando deciden que lo mejor es matarla y deshacerse del cadáver. Pero Azkoiti repara en que sus colaboradores en Bélgica, muchos de ellos ajenos a ETA, podrían sospechar de su desaparición. Y si alguien empezaba a hacer preguntas sobre Yvonne... todos sus planes podían naufragar. Se optó por someterla a una suerte de 'consejo de guerra', en el que la obligaron a leer en voz alta su diario. Los etarras se reunieron una noche en el chalé 'Roc Azur' y la mujer rompió a llorar ante el 'tribunal' terrorista al balbucear las líneas que había escrito con su propia mano. La mandaron de vuelta a Bélgica.

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Azaola asiste a la escena y la recoge con cierto detalle en su libro autobiográfico. Sin embargo, no hace referencia a la reflexión que, sin duda, cruzó por su cabeza. A Yvonne le perdonaron la vida, pero él no tendría esa suerte si alguien llegaba a descubrir que trabajaba para las fuerzas de seguridad españolas y que informaba puntualmente de cada uno de los avances del comando.

El debate sobre si matar o no a la colaboradora belga no era el único en el que están atrapados los terroristas de la misión. Discutían de forma constante sobre si debían asesinar a don Juan Carlos y doña Sofía una vez que los hubieran secuestrado y trasladado al zulo de Niza. A la tesis de ejecutarlos de cualquier forma –accediese el Gobierno de Franco o no a las exigencias de ETA, excarcelación de un centenar de sus presos y el pago de un rescate de 250 millones de pesetas– se unía ahora una segunda opción. La plantea el jefe etarra Iñaki Mújica Arregi, 'Ezquerra'. Se trata de una idea absurda, casi infantil, algo que parece una broma de mal gusto. Propone sacar una foto de un miembro de la Familia Real «como si estuviese muerto» para aumentar la presión sobre el régimen franquista... pero luego liberarlos.

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Ezquerra es en ese momento un 'general' de ETA atrapado en el centro de una conspiración contra él; el monarca al que los revolucionarios quieren llevar a la guillotina. Según los informes policiales de la época, sus propios compañeros de filas le consideran «un fascista» y no se fían de él. La mayoría de los terroristas desplazados hasta la Costa Azul le odian. Mújica Arregi tutela toda la operación desde los cuarteles de mando de la banda en la localidad vasco francesa de Bayona. Para comunicarse con los miembros del comando, recurre a llamadas telefónicas y mensajes en clave. Pero sus hombres le ocultan información. Una de las veces en que Jokin Azaola tiene que viajar a Bayona para poner al día su documentación falsa, Azkoiti le ordena que no revele a Ezquerra nada que tenga que ver con el secuestro.

Justo en aquellos días se estaba fraguando la escisión entre ETA militar y ETA político militar que se concretó en diciembre de 1974. Todo el comando desplazado a Cannes pertenece al primer bloque, el que aglutina a los terroristas más duros, defensores a ultranza de la violencia. Ezquerra, sin embargo, es partidario de combinar el terrorismo con la política. En ese momento, el sector al que representa ya sabe que, tras la muerte de Franco, será la hora de los partidos, no la de las armas.

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Ambiente de sospecha

Azaola tiene un extraño papel en todo ese complejo mundo criminal. Es un cordero con piel de lobo que intenta sobrevirir en medio de una manada de asesinos. Un adulto de 50 años rodeado de jóvenes a los que en algunos casos duplica la edad y que se asusta del fanatismo que muestran en ocasiones. De su libro autobiográfico se desprende que intenta establecer conversaciones con los terroristas de Niza a partir de una pregunta: ¿si ETA comete asesinatos, cómo podrá acusar a alguien de no respetar los derechos humanos? Son diálogos que no llevan a ningún sitio, reuniones en las que los terroristas le contemplan como a un bicho raro. En especial, porque en el proceso de división interna de la banda gana posiciones la facción menos proclive a los escrúpulos.

En ese ambiente, los odios se revelan cainitas; en ETA se está cociendo una guerra fratricida. Es un banco de tiburones a punto de devorarse entre ellos. Los etarras desplazados a Cannes conviven con la sospecha perpetua y a veces temen más a lo que pueda hacer un compañero del sector rival que a las fuerzas de seguridad. Cuando alguno de los terroristas tiene que pedir ayuda y reclamar a un colaborador desde Bayona, se pone en contacto con miembros de la banda de su mismo pueblo, a quienes conoce desde jóvenes. Así le resulta más fácil calibrar las lealtades.

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Esa atmósfera enrarecida de golpe de estado interno le facilita a Jokin Azaola, que no está alineado con ningún bloque, pasar desapercibido en su papel. Pero no es el único traidor. En sus anotaciones, el policía español que tutela sus pasos y supervisa la operación escribe: «Tenemos a otro amigo». Hay una segunda persona desde dentro que está trabajando para arruinar los planes de ETA en Mónaco.

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