Como mula que topa
Comportamientos de los que fuimos testigos hace apenas una semana en Barcelona trascienden la falta de respeto hacia las personalidades congregadas
Luis Sánchez Merlo
Martes, 5 de septiembre 2017, 23:11
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Luis Sánchez Merlo
Martes, 5 de septiembre 2017, 23:11
Tras la llamada a rebato del jefe tranquilo, los abogados del Estado de ‘La Gloriosa’ tuvieron que abandonar sus vacaciones y volver, deprisa y corriendo, a Madrid para concentrarse en la Cuesta de las Perdices, donde se frotan las manos con los anuncios voluntaristas ... de la proposición de la Ley de Transitoriedad Jurídica y Fundacional de la República de Cataluña.
Y si a alguno le queda alguna duda, pide que le vuelvan a poner el vídeo de la manifestación de Barcelona en que un acto por la paz y contra el terrorismo ha revelado la degradación ética y el estado moral, ulcerado, de nuestra sociedad.
Comportamientos de los que fuimos testigos hace apenas una semana en esa prodigiosa ciudad, trascienden la falta de respeto hacia las personalidades congregadas. La ausencia de rigor de quien lo mezcla todo hiere la dignidad de las víctimas, pues le resta valor al sacrificio de quienes han muerto para que podamos seguir viviendo como vivimos.
Se trataba de un acto cívico suprapartidista, abierto, de protesta contra el terror y a favor de convivir en paz. Pero nada de todo eso fue así. Los soberanistas se adueñaron –sin disimulo– del dolor de las familias y de los sentimientos de solidaridad para exhibir sus banderas, sus pancartas, culpabilizar al jefe del Estado y al presidente del Gobierno y ocultar la realidad de los hechos.
Pero los ecos no se apagan ante esa demostración de torpeza que, en la persecución de su objetivo, omiten el objeto principal de la concentración. Y la gente sensata se inquieta a medida que logra vencer la modorra y se exaspera con detalles que quizás les habían pasado inadvertidos.
Es difícil imaginar que en nuestro entorno haya precedente –próximo o remoto– de algo parecido. Una concentración alentada por la alcaldesa de la ciudad en que ocurrió la tragedia, que acabó mutando en una reivindicación secesionista. Todo ello a base de culpar de la misma, con pancartas procedentes del mismo germen, al jefe del Estado y al gobierno de la Nación: «nuestros muertos con vuestras ventas de armas», «Felipe VI y el Gobierno español, cómplices del comercio de armas».
Ocultaban, de forma tramposa, que una cuarta parte del comercio de armas español procede de Cataluña (en 2016, fueron 3,646 toneladas de armamento, por valor de 44,7 millones de euros) y que entre los destinos de exportación de armas catalanas se encuentran países como Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, la República Democrática del Congo o Irán. ¿Cinismo o incompetencia? Que lo expliquen en sede parlamentaria.
No vino a Barcelona ningún mandatario de los treinta y tantos países golpeados en La Rambla por el yihadismo. Nadie ha explicado por qué. Máxime cuando los nuestros sí estuvieron en París. Nuestros aliados delegaron la representación en sus cónsules. La experiencia demuestra que estas cosas no suceden por casualidad. ¿Acaso temían que podía pasar lo que ocurrió? Resulta impensable pero, si se indaga, siempre hay causas que explican las ausencias. Y desde luego, mucho teléfono previo entre los estados mayores, que en estos casos concluye con un seco: «no vamos a asistir». Arcanos que el tiempo terminará aclarando.
Las pesquisas iniciales empiezan a retoñar y habrá que tomarlas con precaución. Así, a finales de mayo, el National Counterrorism Center (NCTC), que agrupa a una veintena de agencias de información y espionaje norteamericanas entre las que se encuentra la CIA, habría contactado con los Mossos d’Esquadra, las fuerzas de seguridad del Estado, el CNI y el CITCO (Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado) para transmitir que el Estado Islámico (ISIS) planeaba atentar este mismo verano en «zonas turísticas muy concurridas» de Barcelona, y «específicamente en la Rambla».
Parece ser que se menospreció o no se prestó la debida atención a la advertencia. Y las preguntas, a todos, resultan inevitables: ¿Cómo es posible que tuvieran conocimiento de esa información y no se adoptaran elementales precauciones? ¿Quién decidió que no era importante?
El gobierno catalán, tras desmentirlo, ha reconocido la recepción de esta alerta. Acto seguido, ha denunciado una confabulación del Estado contra los Mossos. Una campaña de desprestigio, para variar. Pero no es de extrañar, porque las revelaciones sobre la gestión de la alarma son mala noticia para el independentismo. Marruecos también se queja de una campaña para vincularles con el terrorismo y el gobierno central, de momento cabecea y no quiere acumular conflictos.
Ninguna voz se ha alzado contra la forma en que la policía abatió, sin ambages, a los terroristas. En otros tiempos, no digamos, latitudes, la polémica habría sido ácida y dilatada. En esta ocasión, las organizaciones que mantienen viva la llama de los derechos humanos no han dicho ni pío y es de suponer que Policía Nacional y la Guardia Civil hayan contemplado atónitos el mutismo mediático y judicial, con tantas denuncias como se amontonan en los juzgados por cuestiones menores. Lo normal resulta cada vez menos frecuente.
Tampoco ha causado extrañeza que, a lo largo y ancho del Paseo de Gracia y la Plaza de Cataluña, no hubiese una sola pancarta de condena a los autores de las 16 muertes y el centenar largo de heridos. Ni mención a quienes –islamistas radicales– habían descargado su odio ignaro sobre centenares de confiados viandantes. ¿Daba igual hacerlo que no hacerlo? Más si consideramos que traía a cuenta distraer la atención, como así sucedió, culpabilizando a quienes, perplejos, sujetaban –pasmados– una flor amarilla que les habían entregado los voluntarios al servicio del orden (las otras eran rojas).
Tardaremos tiempo en digerir esta impostura. Al presidente del gobierno, templando gaitas en su feudo gallego, se le ocurrió decir que «las afrentas de algunos no las hemos escuchado». Pero claro que las escuchamos, con gran disgusto, pues no en vano iban dirigidas como azagayas hacia todos nosotros.
Los organizadores, siempre a lo suyo, desempolvaron un viejo eslogan, con el que intentaban convencer de que no había que tener miedo. Tampoco aquí había coincidencia porque, más que miedo, la gente tenía pánico ante las cosas que iban sucediendo, como la facilidad con que una furgoneta recorrió, zigzagueando, medio kilómetro sin ser importunada o unos críos, manejados por un canalla, parece que se proponían nada menos que volar la Sagrada Familia. ¡Qué audacia y qué miedo!
La organización civil que prestó su apoyo logístico e intelectual a la manifestación, cometió errores apreciables para los objetivos que febrilmente persigue. La prensa internacional se dio cuenta y quienes siguieron la función por televisión no albergan dudas sobre las verdaderas intenciones de sus autores, las de quienes piensan que tienen delante una oportunidad única que no pueden desperdiciar. El relativismo moral apareado con el fin justifica los medios.
Se olvidaron de las víctimas, ausentes de los discursos y cuyos nombres no se citaron... Y convirtieron la exhibición en un drama festivo que a la mayoría de asistentes y ciudadanos no interesaba. Fue el anticipo litúrgico de la confrontación –que pronto alcanzará su clímax– entre los que quieren la independencia y quienes la rechazan. De momento, la argucia está ensayada y el estaribel listo para la próxima representación.
Los catalanes del silencio y el disimulo forman parte, a pesar suyo, de una sociedad ahora mismo amedrentada por quienes han decidido saltarse la ley, olvidando que son minorías situadas en los extremos, pero dispuestas a ser protagonistas del trastorno. En la retaguardia, el silencio seco de los mandarines de ‘la Gloriosa’, que no enseñan las cartas de la respuesta y ponen esa cara de póker que tanto le gusta al jefe tranquilo.
La nieta de un poeta de la generación del 27 atina: «efectivamente, los independentistas han demostrado, una vez más, ir ‘como mula que topa’, siguiendo su objetivo y desdeñando el verdadero motivo de la manifestación de Barcelona.
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