La canción política del verano va a tener dos protagonistas: Santiago Abascal y Alberto Núñez Feijóo. La ruptura de los gobiernos autonómicos de coalición acordada por la dirección de Vox el jueves constituye un movimiento de alto riesgo para la ultraderecha en su empeño de ... subrayar su perfil diferenciado del 'sistema'. La excusa –la oposición a la distribución entre las comunidades de un grupo de menores no acompañados hacinados en los centros de Canarias– no parece un argumento sólido para explicar semejante decisión. Por mucho que los ultranacionalistas de Vox quieran envolverse en la bandera del rechazo a la inmigración ilegal y exhibir sin tapujos su discurso más xenófobo, la medida suena a una maniobra política para recolocarse en el tablero. Pero hay ocasiones en que determinados gestos se mueven en la hiperventilación y se nota demasiado que responden a guiones preconcebidos.
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Este es un momento en el que se percibe esa sensación un tanto forzada por la táctica y el cálculo. Primero, porque Alvise Pérez ha abierto un boquete en las europeas en el electorado de Vox y obliga a Vox a éste a subir el pistón hacia el despropósito populista. Segundo, porque el movimiento responde a una recomposición de la extrema derecha en Europa y al dibujo de una nueva relación de fuerzas en la que los populistas, presentes con una gran fuerza en la UE, se desmarcan de otras familias conservadoras más convencionales. El problema no es tanto que esta corriente radical haya entrado de lleno en el Parlamento de Estrasburgo. O que funcionen, con sus más y sus menos, los cordones sanitarios. El verdadero problema es que, aunque no lleguen a los gobiernos, los ultras condicionan cada vez más las agendas y mediatizan los discursos de las formaciones tradicionales, sobre todo las del espectro liberal-conservador. Y que una parte de la sociedad les compre este mensaje.
El caso del PP de Alberto Núñez Feijóo resulta revelador a este respecto. Es cierto que gana manos libres y perfil autónomo tras la ruptura y que desaparece, en una parte al menos, la losa que complicaba el juego a Feijóo y movilizaba a sus rivales en la izquierda sociológica. Pero al PP le va a servir también como un elemento de clarificación. Si los populares siguen por los derroteros más duros y simplistas, por ejemplo alertando de la llegada masiva de inmigrantes, habrá apostado por esgrimir la bandera del miedo, lo que en política resulta muy peligroso porque alimenta las emociones más primarias. Si Vox rompe con el PP, lo lógico ahora sería que el PP rompiese con la cultura de Vox en aspectos que resultan esenciales en una democracia liberal.
Pero Feijóo no va a poner a riesgo la muy considerable tarta del poder institucional que acumula en los ayuntamientos españoles. Ni va a dar giros hacia la moderación. Su estrategia sigue anclada en el desgaste frontal, con algunas dosis de 'responsabilidad'. El PP tendrá que aclararse porque no se puede soplar y sorber a la vez.
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El movimiento de Vox supone una prueba de fuego para su cohesión interna. El PP solo tiene que esperar sin ansiedad a que este proceso se decante. Y los socialistas asumir que, a medio plazo, su margen de maniobra para explotar electoralmente el miedo a la entente entre el PP y Vox va a reducirse. La cuestión de fondo es hasta qué punto Feijóo va a poder rentabilizar una hipotética crisis interna de Vox para ampliar su espacio. A su vez, Pedro Sánchez puede hacer lo mismo con sus aliados, sobre todo con Sumar. Esta lenta absorción alienta una reconfiguración a la larga del eje derecha-izquierda que, aunque no implique una vuelta al modelo bipartidista clásico, obtiene notables semejanzas y coloca en el centro del sistema a las dos principales familias ideológicas europeas: la liberal-conservadora y la socialdemócata.
Los resultados en Francia pueden también arrojar lecciones sobre el conveniente juego de los equilibrios políticos entre las posiciones más centrales y mayoritarias frente a los extremos más radicalizados que amenazan con colapsar el funcionamiento de las instituciones.
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