La sangre llegó al río. Muchos creían en el PSOE que José Luis Ábalos acabaría claudicando y que, pese a la resistencia numantina exhibida en los últimos días, desde que el pasado jueves la vicesecretaria general, María Jesús Montero, le 'invitó' por primera vez ... a entregar el acta de diputado por responsabilidad política en el 'caso Koldo', presentaría su dimisión antes de concluir el plazo de 24 horas dictaminado el lunes al mediodía por la ejecutiva federal. Su decisión de no hacerlo, comparecer ante la prensa para acusar a la dirección del partido de abandonarlo y ofrecerlo en sacrificio a una derecha insaciable y su anuncio de que, a partir de ahora, luchará cual Quijote por su honor desde el Grupo Mixto, ha sumido a los socialistas en estado de 'shock'.
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La reacción de la ejecutiva a su desobediencia resultó casi inmediata. Ábalos fue suspendido cautelarmente de militancia y pesa sobre él un expediente disciplinario que, con toda probabilidad, acabará con su expulsión, si es que no abandona él antes. La resolución en la que se le comunica la medida llegó apenas media hora después de que toda la cúpula del partido le escuchara despacharse contra quienes, a pesar de su conocida entrega personal en tiempos muy difíciles, han decidido hacerle «contingente y fungible» porque, dijo, «anteponen las cuestiones de poder a las de la justicia».
El exministro de Transportes y ex secretario de Organización socialista no mencionó por su nombre a Pedro Sánchez, pero tampoco fue necesario porque lo que sí hizo fue recordar, como parte esencial de su hoja de servicios, episodios ligados a la trayectoria del hoy presidente del Gobierno, desde las primarias de 2017, en las que, a diferencia de buena parte de quienes hoy lo acompañan en la Moncloa, permaneció a su lado, a la moción de censura de 2018 contra Maríano Rajoy.
En el PSOE hay quien cree que otro gallo habría cantado si el jefe del Ejecutivo se hubiera dignado a tener una conversación personal con su antiguo número tres, siquiera para decirle que la necesidad de marcar unos estándares éticos elevados requerían su renuncia aunque no haya cometido irregularidad alguna.
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«No ha sido así, no ha sido posible. Así que, privado de la oportunidad de hallar la mejor solución compartida a la crisis política desatada hace una semana, comparezco para anunciarles la decisión más importante de mi vida política», dijo explícitamente el propio exministro antes de reiterar lo que ya venía diciendo desde hacía días: que es injusto obligarle a dimitir ahora que no es más que diputado por haber colocado en el Ministerio a su chófer y escolta, Koldo García Izaguirre, acusado de cobrar comisiones por contratos de compra de mascarillas para varios departamentos y administraciones socialistas.
Sánchez no quiso mancharse las manos. Envió a intentar convencer a Ábalos a su sucesor en la secretaría de Organización, Santos Cerdán. Y eso para él no fue suficiente. «En su comparecencia había rencor y despecho, justificado en la indiferencia del líder al que aupó y ahora lo deja caer sin preguntarle si se ha hecho daño», resume una dirigente.
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En la formación se detecta enfado, desconcierto, desgarro, tristeza y, en algunos casos, también empatía con el defenestrado. Todavía este martes el actual ministro de Transportes, Óscar Puente, lo llamaba a rectificar. «Un buen socialista, y yo no tengo ninguna duda de que José Luis lo es, no puede irse al Grupo Mixto, tiene que tomar una decisión que esté a la altura de su trayectoria como político y esta desde luego no lo está», dijo.
Pero más allá de lo sentimental, hay también mucha inquietud ante las implicaciones menos tangibles de un episodio en el que más de uno ve un punto de inflexión para Sánchez. El momento en el que se ha producido el desacato de Ábalos es crítico. El antaño escudero fiel ha abierto una grieta en un liderazgo que, hasta ahora, se caracterizaba por su cesarismo. Y lo ha hecho justo tras el mazazo de las elecciones gallegas y cuando Junts está poniendo en jaque la polémica ley de amnistía que hipotecó la legislatura y con unas elecciones vascas y europeas, que ya se han puesto cuesta arriba, a la vuelta de la esquina.
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«Todo suma. Son ya demasiados síntomas, demasiado desgaste que genera una sensación de que la bola de nieve va montaña abajo…», apunta un dirigente territorial. Paradójicamente, Sánchez ha tenido en esta crisis el apoyo de su mayor crítico, el castellanomanchego Emiliano García-Page, pero eso difícilmente servirá para mitigar el daño. «Hay siempre un momento en que todo lo que iba razonablemente bien empieza a ir mal y a partir de ahí todo va peor que antes. – reflexiona un veterano alejado ya de la toma de decisiones–. Estamos entrando en ese momento?. Probablemente».
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