Ortega Lara, el día de su liberación.

«Sin miedo, sin odio, sin olvido»

Con este credo venció Ortega Lara los 532 días que estuvo secuestrado por ETA hace ahora veinte años

Antonio Corbillón

Miércoles, 27 de enero 2016, 21:51

Quiero deciros algo para despedirme: vivid vuestra vida y no humilléis nunca a nadie. Porque eso denigra más a quien humilla que a quien es humillado». Los 50 alumnos de Comunicación de la Universidad Complutense de Madrid despidieron con un emotivo aplauso al autor del consejo. Un auditorio de estudiantes jóvenes, apenas 20 años, que estarían despertando a la vida o casi cuando aquel 17 de enero de 1996 José Antonio Ortega Lara empezó a protagonizar el secuestro más cruel y largo que se recuerda en España. Durante la conferencia, celebrada hace unos meses, apenas les habló de los 532 días que pasó humillado, encerrado en el zulo más perfecto construido por los terroristas de ETA. «Le invité a hablar porque los jóvenes de ahora no saben que estas cosas ocurrieron hace no tanto», explica su profesor, Cayetano González.

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Este periodista vivió en primera persona el esfuerzo por liberar al exfuncionario de prisiones, una minuciosa operación desarrollada por la Guardia Civil. El 1 de julio de 1997, como responsable de comunicación del Ministerio del Interior fue de los primeros en asomarse al agujero del que rescataron a aquel náufrago desorientado, barbado y enflaquecido hasta el dolor. González ha mantenido después una discreta amistad con Ortega Lara, un hombre más bien mesurado y retraído: «Le he visto muchas veces y me sigue emocionando por su fortaleza moral de resistencia a la tortura».

La historia comenzó en su domicilio de Burgos, con una llamada angustiada de Domitila Díez, su esposa, a la dirección de la cárcel de Logroño, donde Ortega Lara trabajaba. No había manera de tranquilizarla. «Insistía en que era metódico y ordenado. En que era imposible que se retrasara o hiciera algo distinto», recuerdan los entonces responsables de Instituciones Penitenciarias.

Mientras se aclaraba todo, la víctima, inmovilizada a punta de pistola en el garaje de su casa, ya había sido trasladada en un camión al agujero preparado bajo una nave industrial en Mondragón. Después de presentarse como miembros de ETA (comando Gohierri), sus cuatro captores le arrebataron todas sus pertenencias, salvo su alianza matrimonial, y le metieron en el zulo en el que permaneció 532 días. Lo último que oyó al cerrarse la compuerta metálica fue: «¡Cuánta guerra nos ha dado este cabrón!».

Cuando aquel complejo mecanismo volvió a abrirse habían pasado casi dieciocho meses y José Antonio Ortega Lara se había convertido en un símbolo: ostentaba el tétrico récord de ser el protagonista del secuestro más largo de la historia de España. Al descubrirse las condiciones del encierro, en un espacio bajo tierra no mucho más grande que un panteón, la pregunta era obvia: ¿cómo ha podido soportarlo? «El método. Hacer las cosas a pesar de lo mucho que te cuesten», ha explicado en las contadas entrevistas en las que ha hablado de su cautiverio. Eso explica hasta qué punto ese carácter «metódico y ordenado» que hizo saltar las alarmas de su mujer fue lo que le ayudó a sobrevivir. Las otras dos patas de su blindaje mental para resistir fueron «la familia y la devoción católica que, en situaciones así, aumenta».

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Esa arquitectura espiritual y emocional es precisamente la especialidad de su cuñado, el salesiano Isaac Díez. Ahora se la transmite a los 1.400 alumnos de los Salesianos de Bilbao, donde es director. Su imagen aferrado al brazo de José Antonio cuando fue liberado y su condición de portavoz de la familia le dio un protagonismo que nunca quiso. «No hablo mucho de esos días», advierte este hombre, que a raíz de aquella experiencia desarrolló «una sensibilidad especial», lo que hizo que le buscaran muchas víctimas de la violencia. «Tanta dureza te reconcilia con la humanidad», dice.

Tanta que, al asomarse al agujero el día de la liberación, el entonces ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, exclamó: «Esto lo tiene que ver todo el mundo». Fue Cayetano González el que diseñó aquella peregrinación de los medios de comunicación, una operación mediática para «mostrar al mundo la crueldad de ETA». Apenas una semana después de la feliz liberación, llegó el asesinato del concejal del PP de Ermua Miguel Ángel Blanco. «Solo conocí al Ortega Lara de después. Pero sé que fue un ejemplo. Ahora no es un héroe, pero simboliza el triunfo del Estado de Derecho», valora aún hoy Mayor Oreja.

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Huir a un convento

Arrojado desde aquel infierno iluminado con una bombilla a los focos de la curiosidad popular, Ortega Lara capeó el protagonismo como pudo. «Yo lo que quería era ingresar en un monasterio y que me dejaran en paz», ha confesado. Tenía 39 años y un hijo de 3, Dani, que se asustó mucho al verle tan demacrado. «Fue una de las cosas más dolorosas».

Su idea de aplicar en la calle lo que en el zulo bautizó como «el método» se resumía en volver a trabajar. El Ministerio le dio la opción de elegir y «él insistía en que no quería privilegios», pero se impuso finalmente el consejo de los médicos: Ortega Lara se jubiló por incapacidad permanente.

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A partir de aquel momento volcó todas sus fuerzas en su resurrección civil. Cuando fue secuestrado cursaba tercero de Derecho, así que volvió a hincar los codos hasta licenciarse, aunque nunca pensó en ejercer. Compaginó estos estudios con el inglés, que acabó por abandonar, y la informática.

El trabajo de los psicólogos y el gimnasio le permitieron recuperar los 23 kilos perdidos y la estabilidad emocional en un tiempo récord. Ese año y medio largo sin luz natural redujo su sentido visual, pero se negó a dejar de conducir. «Una determinación notable por hacer cosas y seguir, pero que ponía de los nervios a los escoltas cuando se sentaba al volante», cuentan desde Interior.

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El «método» que le enseñaron los salesianos le llevó con los años a una fuerte implicación social, con una labor discreta en varias ONG Manos Unidos, Donantes de Sangre.... A los dos años abandonó su piso del barrio burgalés de Gamonal y ahora vive en Vista Alegre con su mujer, su hijo Dani y una niña ahora adolescente que adoptaron en Ucrani. Se le puede ver (sigue con escolta) como un vecino más en la panadería o recogiendo a su hija del instituto.

El tiempo ha puesto a prueba el compromiso consigo mismo de vivir «sin miedo, sin odio, sin olvido. Perdonando». Cuando el etarra Bolinaga, uno de sus captores, murió de cáncer en 2015 después de una polémica excarcelación, solo dijo: «Descanse en paz». Pero le llevó a rumiar su última aventura pública. La queja de su hijo mayor («papá, vaya país de mierda que nos estáis dejando») hizo el resto. Había entregado el carné del PP en 2008 y en 2014 se embarcó en VOX, el partido de la nueva derecha española. Allí, «no es un elemento decorativo, sino una referencia moral», explica su líder, Santiago Abascal. El poco éxito electoral no le ha frenado. «Nos insiste en que es tiempo de sembrar, de perseverar, que ya llegarán los resultados». Pero Ortega Lara no quiere ser cabeza de cartel. Es el primero en hacer kilómetros y mítines, pero le gusta ir en el furgón de cola de las listas.

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Todos sus pasos están marcados por la fórmula de su cuñado para superar el terrorismo. «La mayor aportación de quien está marcado por el terror es superar el victimismo. Y recuperar un proyecto de vida y social. Si nos definimos solo por ser víctimas, resultaría terrible», insiste. Tal vez por eso, Ortega Lara huye estos días de cualquiera que le pregunte por este fatal aniversario.

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