¿Sabés ya, Sabella?
Antonio G. Encinas
Martes, 17 de junio 2014, 18:12
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Antonio G. Encinas
Martes, 17 de junio 2014, 18:12
La prueba futbolera del algodón consiste en ponerse delante de la tele a las doce de la noche a ver un partido en el que no juega nadie tuyo. Ni tu selección, ni tu equipo, ni esa tercera opción que te cae bien porque cuando eras pequeño te gustaron los colores de su camiseta. Si el partido es bueno, caso del Italia-Inglaterra del otro día, no hace falta que te esfuerces para no dormirte, simplemente tienes que dejarte desvelar por el ritmo frenético, la colección de detalles técnicos, las repeticiones de unos goles perfectos en su ejecución. Y si es malo... ZZZZZ...
Vamos, lo que viene siendo el Argentina-Bosnia.
Aquí va una confesión. No sé si la segunda parte fue increíble, vistosa, jugada al límite. No llegué. Intenté mantenerme atento dándole palique al Twitter con mi compañero Héctor Barbotta, que cuando no desvela detalles del caso Malaya se entretiene con el rugby y el fútbol de su patria, Argentina. Ni siquiera él me dio cancha. «Será porque tengo sueño, pero vaya chasco de partido. Aún no sé a qué quiere jugar Argentina», le tuiteé. «Lo grave no es que no lo sepas tú. Es que no lo sabe Sabella», me replicó.
No pude seguir. ZZZZ...
Quizá Sabella no lo sabía tampoco cuando confeccionó esa convocatoria tan peculiar, en la que los argentinos echaban en falta a Tévez, a Willy Caballero, a Banega, a Sosa, a Otamendi... Pero sobre todo buscaban por algún rinconcito a alguien que diera consistencia a las líneas más flojas de Argentina en comparación con su delantera. Es decir, al resto del equipo.
Tiene Sabella un once en el que debe meter, sí o sí, a Leo Messi y al Kun Agüero, para empezar. Y luego la tentación de completar una línea ofensiva demoledora. Y llegó al primer partido, ante la todopoderosa Bosnia, y plantó cinco tipos peliagudos atrás Zabaleta, Campagnaro, Fernández, Garay y Rojo con Mascherano por delante. Los dos de arriba porque eso no se discute y dos a los lados por aquello de acompañar, Maxi Rodríguez y Di María. Más que un equipo, una escolta. Una invitación a que Messi y Agüero se busquen la vida con la ayuda de los dos tipos de banda, mientras los demás se quedan atrás, pertrechaditos. ¿Enviarles un pase? Bueno, pero desde lejos, no sea que un bosnio traidor, un Dzeko, por ejemplo, nos coja la espalda y nos haga sufrir.
Piensa uno, ingenuamente, qué sería de Argentina si la entrenara el Guardiola del Barcelona o el Del Bosque del Real Madrid. El primero se inventó una posición para Messi y luego, acto seguido, otra diferente, para evolucionar y lograr que brillara en las dos y sin dejar de meter en el equipo a Pedro, a Iniesta, a Xavi e incluso, a veces, a otro delantero, como Etoo o Ibrahimovic, a los que sacó rendimiento hasta que su incompatibilidad con El Intocable fue manifiesta. El otro, Del Bosque, se inventó un esquema asimétrico para colocar a Zidane, Roberto Carlos, Raúl, Figo y todas las estrellas que la chequera de Florentino Pérez iba adquiriendo.
Son entrenadores capaces de armar un equipo alrededor de un genio. O de varios genios. Y construir una idea de juego que explote sus mejores cualidades mientras gestionan las dificultades que imponen sus egos.
Sabella, dicen, le dio una vuelta al equipo en la segunda parte, aunque al final fue Leo Messi el que agarró un balón por ahí, echó a correr, amagó una, dos, tres veces y enchufó un disparo de los suyos, al palo y gol. Para eso le basta con un Sabella. Para ganar un Mundial, quizá no.
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