Alpine A110s, un deportivo auténtico, a prueba

El 110S muestra un comportamiento aún más radical que las variantes Pure ó Légende. Su motor 1,8 turbo, procedente del Megane RS, crece cuarenta caballos, hasta los 292, para mover un ligero conjunto de apenas 1.114 kilogramos, reforzado para asumir el incremento. Ello se traduce en una aceleración extraordinaria nada más hundir el pie en el pedalier de aluminio, con un brioso empuje desde bajas revoluciones aderezado por el tronar de su motor, que pese a todo no llega a ser molesto para el ocupante.

La disposición central trasera del motor, así como el ajuste del chasis, hacen al Alpine A110S idóneo para los trazados revirados. El tacto informativo de la dirección y la excelente respuesta de sus frenos permiten ir rápido, aunque cabe no fiarse en exceso en trazados complicados, quizá por lo ligero del eje delantero (el ESC, por cierto, se puede desconectar por completo). No obstante, resulta sencillo de llevar en la inmensa mayoría de situaciones.

El motor, más flexible que en el resto de versiones (Renault dice que el par máximo se alcanza a las 6.400 r. p. m., cuando en el resto ocurre en torno a las 6.000) se asocia a una caja automática de doble embrague y siete velocidades Getrag extraordinariamente ágil, que a pocos haría añorar un cambio manual. Dos grandes levas directamente situadas tras el volante, estilo Ferrari, permiten jugar con un modo manual. E insertado en el volante -pequeño, deportivo y forrado con alcántara-, un satélite permite elegir entre los modos Normal, Sport y Track, que afectan a la dirección o la respuesta del motor, y también a la visualización del cuadro digital de instrumentación. Como curiosidad, a través de este se puede acceder a información que rara vez se encuentra, como el trabajo de la suspensión (en %) o de los frenos (de 320 mm).

Pese a su enfoque deportivo, el A110s no resulta en absoluto incómodo para un uso diario, ni tampoco para no plantearse una escapada. Y su suspensión, aunque muy firme, tampoco hace desaconsejable afrontar un viaje largo. Ahí el principal obstáculo sería el maletero, como era de esperar en un vehículo de estas características. Ofrece dos huecos de almacenamiento -en la zaga, detrás del motor, y delante, sobre el depósito de gasolina- el primero, con 96 litros, es pequeño y de acceso angosto, aunque caben dos mochilas y un paraguas; y el segundo, de boca más ancha, apenas alcanza los 100 litros-.

Los asientos, de tipo baquet de Sabelt, sujetan muy bien, aunque pueden llegar a resultar algo duros. Los principales opcionales a disposición del comprador son un techo de fibra de carbono, que ahorra 1,9 kilogramos de peso, en acabado brillante; unas llantas forjadas Fichas de aleación y un acabado de fibra de carbono para los asientos.

Además del tacto soberbio y la magnífica respuesta, choca el bajo consumo que se puede obtener -homologa de media 6,5 litros, y dependiendo de la conducción no es difícil situarse en ese entorno-. El toque estético lo pone la disposición abotonada de la transmisión, sobre un arco central. El ajuste de los materiales es más que correcto, aunque sorprende encontrar algunos mandos (climatización o palanca de volumen tras el volante) idénticos a los del Clio de la generación precedente.