El sonido metálico de la jaula bajando a 275 metros en el Pozo Julia de Fabero ya no se escucha. No lo hace desde 1991, cuando esta explotación dejó de sacar carbón. Pero su corazón, tras 16 años parado, volvió a latir en 2007 cuando ... los vecinos de esta localidad berciana y antiguos mineros que trabajaban en este yacimiento decidieron que todo el mundo debía saber cómo era el día a día en el tajo.
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«No todo el mundo podía meterse ahí. La antracita es un tipo de carbón que deja capas muy estrechas, de entre 70 y 80 centímetros por las que, tumbados, tenían que entrar los mineros para picar el carbón», explica el guía de este Pozo Julia, Chencho Martínez, que en su día trabajó en dicha explotación.
Más de 5.000 personas cada año, «y creciendo», visitan estas instalaciones en las que se puede visitar desde el botiquín o los vestuarios de esta antigua explotación, llamada así en honor a la hija de uno de los propietarios – el otro pozo ubicado en Fabero se llama Alicia por este mismo motivo – a las salas de máquinas y compresores o una galería.
«Queremos que la memoria de la minería, que lleva vigente en la cuenca Fabero-Sil casi 200 años, perdure, que no se olvide este estilo de vida», señala Chencho Martínez, que recuerda la «dureza» del día a día en la mina. «Trabajabas ocho horas bajo tierra, en un trabajo duro, pero había mucha vida en el pueblo, estaba tu familia... Ahora no hay nada», señala.
Lo que más sorprende a los visitantes son los vestuarios, con las poleas para colgar la ropa de trabajo en el techo y que así «se pudiera secar, porque siempre salías mojado del tajo» y, obviamente, la galería minera. «Ahí pueden comprobar cómo era este pozo por dentro, donde se trabajaba, y los espacios estrechos donde se picaba la antracita. Impresiona mucho. Los visitantes, incluso propios bercianos que no han tenido contacto con la mina, se sorprende con esas condiciones laborales», recalca.
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Con dos visitas diarias guiadas de martes a domingo (11:30 y 16:30 horas) buscan mantener vivo ese espíritu minero y dar vida a la comarca a la espera de que «llegue esa transición justa prometida y que aún no hemos visto». «Lo único que puede dar vida a la comarca es esto, el turismo. En este pueblo vivían 9.000 personas y sólo en el Pozo Julia trabajaban 3.700 personas, casi 6.000 en todo Fabero. La cuenca contaba con 20.000 habitantes y ahora viven menos de la mitad», explica Chencho Martínez.
Esa falta de reconversión está obligando «a que la gente se vaya, porque no hay trabajo» y ahora la subsistencia se basa en «algo de turismo y ganadería, además de los que trabajan en Ponferrada». Todo ello no evita que el espíritu minero siga viva en Fabero: «Todo el mundo ha mamado la minería aquí y todos, también los más jóvenes que nacieron con las explotaciones cerradas, tienen ese ADN».
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En un Santa Bárbara atípico, Fabero seguirá recordando su minería y aquellos que no lograron volver a casa, aquellos a los que el pozo arrebató la vida. Habitualmente, y pese al cierre de las explotaciones, mantenían la tradición de realizar una procesión nocturna el 3 de diciembre desde la iglesia de la localidad hasta el Pozo Julia y realizar una fiesta con chocolate, queimada y gaiteros, para culminar ese recuerdo en la mañana del 4 de diciembre con una misa.
La covid-19 también ha trastocado los planes de un día de Santa Bárbara en el que el orgullo minero, materializado en proyectos como este Pozo Julia, seguirá presente pese a las restricciones y las directrices generadas por la alarma sanitaria. Porque aunque el carbón autóctono ya no caliente los hogares españoles, la dignidad y el espíritu minero no se ha apagado.
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