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Alfredo muestra un viejo cajón, donde se recogían las primeras apuestas de La Quiniela.
El «ateneo del mus» donde Adolfo Suárez comió pulpo

El «ateneo del mus» donde Adolfo Suárez comió pulpo

Casa Benito cumple cien años, manteniendo el «sabor rancio» de las viejas tabernas leonesas, un lugar de cultura y política que deslumbró a Francisco Umbral

luis v. huerga

Miércoles, 7 de enero 2015, 09:57

«En el más distante ángulo de la plaza Mayor, aquél donde se abren las escalerillas que bajan a la leonesa calle Puerta del Sol, encontrará usted Casa Benito. Las escalerillas, estrechas, empinadas, suicidas, descienden bajo la Santísima Virgen que hay en la hornacina, encomendadas a ellas para no romperse la crisma». Así describía el escritor Francisco Umbral en 1962 la ubicación exacta de Casa Benito, que presume de ser taberna, cien años después de su creación. Él fue uno de los clientes habituales, que no dejó pasar la ocasión de entrevistar a Alfredo Méndez, el hijo del fundador, que hoy está a punto de cumplir 88 años, con una memoria envidiable, para escribir después lo que sería su libro Crónica de las tabernas leonesas.

Umbral bautizó a Casa Benito como el «ateneo del mus» por las constantes y largas partidas a las cartas que se jugaban sobre las mesas de madera. «¿Paco? Era un chico joven, muy chungón, pero se picó con algunos de aquí de León, entre ellos Victoriano Crémer, y salió huido. Aquí no contaba con simpatías. Después se hizo un fenómeno en Madrid», recuerda Alfredo. Lo que se le ha ido de la memoria es la fecha exacta de la fundación de la taberna que impulsó su padre, que comenzó como tienda para, después, ser pensión, restaurante y luego bar, con regusto de taberna, que aún pervive con «sabor rancio».

Se le fue de la memoria porque para eso su padre, Benito Méndez, había dejado grabada la fecha en un reloj que presidía la barra del bar y que fue robado hace tiempo. «Entraron sólo para llevárselo», lamenta, porque era un objeto que «tenía muchísimo valor sentimental». «Lo teníamos verdadero cariño. Hubo un tiempo en el que el de la plaza Mayor no funcionaba y la gente venía al Benito a ver la hora, porque era el único reloj que había». Pero ya no existe y, con él, se fue para siempre aquella fecha concreta, por lo que ahora, desde este mes de enero, quienes resisten en la taberna al paso del tiempo, se proponen celebrar un centenario de copas servidas, de raciones de comida, de clientes ilustres y de crisis, muchas crisis, «cada una diferente».

De Kubrick al enano Vicentín

Una gran foto en blanco y negro, al fondo del primer salón según se accede al Benito, muestra a la familia. Está fechada en 1936 y de todos ellos sólo queda con vida Alfredo Méndez. Aunque estudió, esta taberna la tiene tan metida que le supo coger el saborcillo al oficio de tabernero, hasta el punto de que confiesa entre risas que este bar es su catedral. Desde que era niño recuerda cómo en la plaza Mayor se celebraba el rastro, los mítines y paseaba la aristocracia por un lateral diferente a la servidumbre, porque no se mezclaban. Casa Benito fue guarida para el León más taciturno de las épocas más oscuras del último siglo. Genarín, el borracho putero y pellejero ahora convertido en santo, o el enano Vicentín, que sacaba para vino lo que le daban por la rifa de tabaco fueron clientes.

Pero también la flor y nata de las artes y de la cultura. Entre ellos, los grandes nombres de las letras leonesas, como el propio Victoriano Crémer, pero también el premio Cervantes, Antonio Gamoneda o Antonio Pereira, Luis Mateo Díez, Juan Pedro Aparicio, Julio Llamazares. A ellos hay que sumar, porque en el mural de fotografías justo al lado de la barra se les puede ver, a Joaquín Sabina, María Dolores Pradera, la actriz Florinda Chico que era muy maja, Carmelo Gómez, el mítico futbolista Santillana, el expresidente del FC Barcelona Joan Laporta, el expresidente de Cantabria Miguel Ángel Revilla, pero sobresalen también el mismísimo Stanley Kubrick o los míticos Scorpions, cuando actuaron hace años en Ponferrada.

Cuando Adolfo Suárez comió pulpo

Ese regusto cultural fue solapado también al papel que jugó Casa Benito como sede política. A la misma hora, el mismo día, pero separados por la pared que media entre los dos salones del local, se daban cita, indistintamente, quienes conformaban la pecera, como eran llamados los miembros del Partido Comunista, con sus antagónicos representantes de La Falange. Unos estaban ahí fueran cantando La Internacional y los otros al lado con poco menos el que el Cara al Sol, recuerda Alfredo que, sin embargo, reconoce que nunca hubo problemas.

Ya en la transición, el ministro de Presidencia en el Gobierno de Adolfo Suárez, el leonés Rodolfo Martín Villa, acudió a este lugar con el propio presidente del Gobierno. Ahí estuvieron comiendo pulpo y callos, comenta el tabernero sin darse mayor importancia, a la vez que relata cómo la Policía inspeccionó antes el lugar, por temor a que, debido a la cantidad de comensales que acompañaban a los políticos, el endeble suelo de madera que ya tiene cien años se rompiera y fuera la bodega subterránea el lugar al que fueran a parar los artífices de la transición española.

La primera Quiniela, antes de que hubiera Quiniela

Mus, cultura, política pero sobre todo, fútbol. Esa es otra de las singularidades de Casa Benito, que fue pionero en las apuestas deportivas. Cada semana, 33 amigos, incluido él, apostaban dos pesetas cada uno. De ellas, 33 de las pesetas eran para adivinar el número de goles de siete partidos de Primera División, además de una octava casilla, la de la Cultural y Deportiva Leonesa, antes de que existiera La Quiniela. La otra peseta, era para guardar y convocar a los apostantes a una cena de final de temporada en la terraza que, hoy día, es la única terraza propia que tiene el Barrio Húmedo que, por cierto, era el barrio de San Martín cuando el bar abrió, y vio cómo la zona iba popularizando ese otro nombre. Ahora ponen cuatro mesas en la calle y ya lo llaman terraza, rezonga.

Por eso, ahora Casa Benito, además de servir mistela o buen vino, es también administración de lotería, desde donde ha repartido varios premios importantes, muchos de ellos relacionados con la propia Quiniela, cuyos resultados apunta Alfredo cada fin de semana en la misma pizarra desde hace más de 70 años. Porque el fútbol es otra de sus pasiones. Logró el carné de árbitro, aunque nunca ejerció. En la barra del bar se creó el Club de Fútbol San Martín y, además, cada fin de semana acudía al campo a ver los partidos de la Cultural y Deportiva Leonesa y, bajo su óptica ecuánime de colegiado, relataba los encuentros a un grupo de ciegos que no veían nada. Tenía un amigo que decía: ¡pero si me discute el fuera de juego ese que es ciego!, bromea.

De la miseria a la opulencia

Son las anécdotas de la historia de un bar, de un bar centenario. El paso del tiempo al abrigo de las paredes de Casa Benito ha ido acompasado al paso del tiempo en la calle. Son épocas distintas, antes había mucha miseria; ahora es todo opulencia. Critica la tapa que ha dejado de provocar el interés del cliente por las raciones y mira con cierto desdén las cafeterías finas y elegantes que se han ido instalado en la plaza Mayor, alrededor del Benito, y que han ido sustituyendo a otras tabernas, a tascas de antaño y a viejos negocios de alimentación o textil en la zona.

Entonces se gastaba mucha gaseosa, ahora no se vende nada. Ni siquiera, el vino que antes no duraba más de un año y que se llevaba la gente a casa en litros o medios litros como vinagre para la ensalada. Cambios bruscos y, en cierta forma y a su juicio, difíciles de explicar en un León que ya no es, ni mucho menos, el de 1915, ni el del inicio de la guerra, ni el del franquismo más oscuro, ni el de la transición, ni el de la crisis de los años 80 que marcó al Húmedo por la droga, ni siquiera el de hace unos años. Nos hemos vuelto un poco catalanes con la crisis, ironiza.

Un año de celebración

Ahora, Casa Benito sigue con vida. Cortos y vinos, cada vez menos, durante el día. Los fines de semana, punto de encuentro para los jóvenes, que se congregan en las mismas mesas de madera donde Umbal aprendió a jugar al mus, donde Joaquín Sabina y Maria Dolores Pradera buscaron refugio, donde comió pulpo Adolfo Suárez, o donde la canallesca se citaba para pasar las horas, lejos del frío de las calles leonesas, a base de vino caliente con azúcar.

A sus 88 años, Alfredo Méndez ha confiado la taberna de su padre a las dos generaciones que le suceden, aunque no se resiste a dar alguna vueltecita por el bar a diario. Vueltecitas que este año estarán cargadas de sorpresas. Casa Benito tiene la intención de citar a lo largo del año a sus clientes más ilustres para recordar viejos tiempos. Aquellos del pasado que sirven de base a un presente en el que esta taberna sigue siendo tal, a pesar de los tiempos.

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