La primera ministra británica, Theresa May, ofreció ayer al Parlamento una salida al 'brexit' con tres puertas. Wetsminster podrá respaldar el 12 de marzo el acuerdo de desconexión sellado con Bruselas. Pero si la mayoría de la Cámara vota en contra de esa fórmula, ... podrá decidir al día siguiente si prefiere hacer efectiva la salida de la UE prescindiendo de un pacto. Y si tampoco se decide a romper tan abruptamente con la Unión, el 14 de marzo el Parlamento británico tendrá la oportunidad de solicitar a Bruselas posponer la aplicación del artículo 50 con el propósito, sin duda, de renegociar los términos de la desconexión final. Todo ello después de que el Partido Laborista, por influencia de su corriente europeísta, forzara a Jeremy Corbyn a presentar la alternativa de un segundo referéndum en caso de que no se desatasque el embrollo el 12 de marzo. Esta última sería la respuesta más consecuente para un país cuyas instituciones no aciertan en cómo gestionar el resultado del referéndum que se inclinó por salir de la Unión Europea en junio de 2016. Pero si ya la celebración de aquel plebiscito forzó la división de los británicos respecto a la Europa continental, la convocatoria de una nueva consulta políticamente vinculante, cuyos propios términos desatarían una diatriba añadida, daría lugar a nuevas fracturas partidarias y sociales. La Unión Europea se ha mostrado abierta a dilatar en el tiempo la puesta en marcha del acuerdo alcanzado con el Gobierno de May sobre el 'brexit'. Pero hay dos líneas críticas que la Unión no debería permitir: Basar la prórroga en la renegociación paralela del acuerdo y propiciar que el asunto se posponga más allá del 26 de mayo; de manera que el Reino Unido participe en las elecciones para el Parlamento Europeo al límite de su ruptura con la UE. La dilatación del calendario suscita muy serias dudas sobre la posibilidad de que otros dos meses sean suficientes para que Londres salga de su enredo, incluso si Bruselas se aviene a revisar el dossier correspondiente a Irlanda. La Unión haría mal en asumir como propias las dificultades que encuentra el Reino Unido para resituarse ante la Europa comunitaria y, sobre todo, ante sí misma como país, comunidad y economía. Una democracia tan madura como la británica no puede continuar transfiriendo sus responsabilidades de futuro al resto de Europa, al tiempo que se cree mejor prescindiendo de ella.

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