Lecciones varias y sorpresas

“Su señoría encuentra inconveniente la mayoría absoluta; yo, francamente, la encuentro adorable” (W. Churchill a un diputado opositor en 1951)

enrique vázquez

Viernes, 8 de mayo 2015, 13:22

Lo sucedido ayer en el Reino Unido tiene un cierto perfume histórico y el resultado se presta a consideraciones que exceden del conocido, y un poco aburrido, escenario de uno de los dos grandes partidos (el conservador) ganando esta vez al otro (el laborista), por una ventaja considerable que las encuestas perdedoras sin remedio no intuyeron.

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Con una mayoría absoluta en un parlamento de 650 diputados, los tories, dirigidos por el primer ministro David Cameron, obtienen una resonante victoria que nadie les daba y lo hacen en unos comicios rodeados de una temperatura política distinta, con un debate en marcha sobre la composición constitucional del Estado y algunos empezando a escribir entre comillas su nombre oficial: Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte.

Nadie preveía lo sucedido, excepto la tasa de participación, con un 66% es casi idéntica a la de 2010, y el éxito del Partido Nacional Escocés en Escocia (SNP, por sus siglas en inglés), donde las encuestas sí adelantaron un auténtico barrido y que gana en 56 de las 59 circunscripciones. Ninguno de esos diputados, sin embargo, simpatiza con Mr. Cameron quien, sabedor de lo que está realmente en juego, ha anunciado ya que acelerará al máximo la devolución de poderes a los Parlamentos de Escocia y Gales.

La intuición de Cameron

Hace un par de semanas la prensa británica especuló, desde filtraciones de diversa procedencia, sobre un dilema al que se enfrentaban los especialistas conservadores en campañas electorales sobre qué eslogan deberían repetir y se atribuyó al propio Cameron la decisión final de añadir al acordado sobre el éxito de la gestión económica (3% de crecimiento del PIB este año y un 6,9% de desempleo) un énfasis en el olvidado deber de defender nuestra nación, nuestro viejo Reino Unido ().

No le ha salido mal el envite..., un verdadero desafío al auge nacional-secesionista en Escocia mientras en Irlanda del Norte se mantiene el viejo statuo-quo que da ocho ó nueve escaños a los leales del DUP y sus cinco al independentista Sinn Fein, como en Gales, con sus tres de rigor para el Plaid Cymru, (Partido de Gales, en galés). Pero, crecido como nunca lo ha estado y con una líder, Nicola Sturgeon (todo un apellido, esturión), que al mando solo desde noviembre pasado como sucesora de Alex Salmond (el hombre que perdió el referéndum de separación, ¿recuerdan?) se embolsa 56 de los 59 diputados que Escocia envía al Parlamento de Westminster y será nada menos que el tercer grupo en los Comunes, tras la debacle liberal-demócrata, que pierden más de 40 de los 57 escaños ganados en 2010.

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La decisión fuerte de los estrategas conservadores, que ha dado un resultado perfecto, tenía, no obstante, un aliado vital, el factor que siempre explica el dichoso y arraigado bipartidismo de la legislación electoral del Reino Unido: el modo de atribución de escaños: para el que más voto recibe en cada circunscripción, sin mínimos requeridos ni estrategias de compensación (ley dHont ni nada parecido). Esta ley, intocable para el gusto británico según parece, nos deja volver a las lecciones varias que promete el titulo y al ejemplo de los comicios de 1951.

De Churchill a nuestros días

Es fácil entender que con un total estatal superior, e incluso bastante superior, el segundo clasificado puede tener más diputados: en 1951, los conservadores de Churchill, con el 44,4% de los sufragios obtuvieron 321 escaños y mayoría absoluta mientras los laboristas de Clement Attlee llegaron a los 295 con el 48,8. Nadie se quejó entonces y nadie se queja ahora. Esto se llama también la british difference.

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Pero en esa elección hay más lecciones, la principal de las cuales es que ya concurrían los nacionalistas escoceses del SNP y los galeses del Plaid Cymru pero obtenían exactamente lo mismo: el 0,1% de los votos, es decir,prácticamente nada. Eso magnifica hoy los tres escaños de los galeses que, sin embargo, no suben apenas, por no hablar del boom del SNP, convertido en la estrella de la jornada.

Churchill murió en 1965 y se habría mostrado incrédulo si alguien le hubiera adelantado el mapa electoral de hoy, del que es inseparable la cuestión nacional y que ha llevado a Cameron a hacer de la genuina recuperación de la unidad del Reino no tan unido como parecía, su preocupación primera.

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El pragmatismo británico

El desafío se complica con la promesa de un referéndum en 2017 sobre la continuidad en la UE, arma de doble filo y lectura a gusto del consumidor, porque el SNP también quiere dejar el Reino Unido pero entiende ser, y más pronto que tarde, miembro de pleno derecho de la UE que, naturalmente, guarda el escrupuloso silencio de rigor en estos casos.

No es del todo seguro que la consulta se celebre necesariamente, aunque su cancelación requeriría un aval parlamentario inequívoco. La voz del anti-europeismo británico-castizo, Nigel Farage, que no ha sido elegido diputado en casa, sabía de sobra, que los 24 escaños que el público dio a su UKIP (Partido de la Independencia del Reino Unido) el año pasado para el Parlamento europeo era un medio instrumental de enviar a laboristas y conservadores un mensaje de que ellos son primero británicos, con su libra esterlina y todo y el arsenal de excepciones que los fundadores del invento consintieron a las Islas.

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Todo esto es muy británico, es decir, pacífico, irónico y pragmático. La cuestión nacional no está aún planteada como sinónimo de estatal, pero en Irlanda, visto el resultado de ayer en el país Londres deberá hacer algo más fecundo que aplicar el slogan de Camerón, quien prometió no gobernar con un partido separatista que, para suerte suya, no le hará falta. El mensaje enviado a Londres debe aclarar bien en qué consistirá la citada devolución de poderes, si el Parlamento ya fue devuelto tras el referéndum de 1997, ganado por el 75% de síes.

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