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Mujeres indígenas defienden la identidad intelectual de sus tejidos, «los libros que no pudo quemar el colonialismo»Paula Arrugaeta
Sábado, 16 de noviembre 2024, 18:15
Las mujeres tejedoras se han convertido en un reclamo habitual del Instituto Guatemalteco de Turismo. «Aparecemos en muchos procesos publicitarios. Se valen de nuestras creaciones sin pedir consentimiento», lamenta Milvian Aspuac. No están solas. En esas imágenes también suelen aparecer menores indígenas de aldeas remotas ... que subsisten en condiciones miserables. «La falta de agua potable aparece como un atractivo para los visitantes y que, por tanto, no debe cambiar. En consecuencia, se produce una especie de exotización de la precariedad de vida». Esta nativa kaqchiquel, uno de los colectivos indígenas de origen maya que habitan el país centroamericano, ha sido invitada por la ONG InteREd para hablar en España de la lucha por los derechos y autonomía económica de los pueblos originarios.
El desprecio se hereda. Lo sufrieron los abuelos y los padres de Milvian Aspuac, lo ha padecido ella y siente que aquellos que la sucederán también habrán de soportarlo. Aunque constituyen el 44% de las población su posición social y política siempre ha sigo marginal y han sufrido sangrientas persecuciones. «El racismo es histórico, sigue ahí, se ha naturalizado y se manifiesta en que a las mujeres que vestimos la indumentaria nativa nos llamen marías», explica. «Denominan así a aquellas personas que consideran ignorantes y sucias, que están solo para el servicio y a las que puedes dar mucho trabajo y no importa porque no se van a cansar. Si protestas y dices que no te llamas María te contestan que es un halago, que así se llama la madre de Jesús».
Ella no se ha quedado impávida ante la discriminación. Además de dirigir la Asociación Femenina para el Desarrollo de Sacatepéquez (Afedes), entidad que defiende los intereses de estas mujeres vilipendiadas, forma parte del Movimiento Nacional de Tejedoras. Vestir la indumentaria tradicional constituye un signo de identidad y de igualdad en este departamento en la región central de Guatemala. «Pero cuando vas a la ciudad sientes el odio», confiesa. «Les damos asco a los ladinos, los habitantes mestizos y occidentalizados. Somos las que no se bañan, los estereotipos se mantienen y te sientes mal. Cuando eres adolescente comienzas a experimentar vergüenza por tus raíces y resulta doloroso ver a tantos jóvenes muy golpeados por los insultos. Trabajamos con los menores para fortalecerles, que sean conscientes de la aportación maya a la humanidad y recuperen el orgullo».
44% de la población guatemalteca
son indígenas de origen maya que luchan por sus derechos.
El tejido que genera el oprobio es también una protección. «Para nosotros supone otra piel», afirma. «Llevamos aquí los saberes y sentimientos de la artesana, que se reflejan en la textura, en su firmeza o suavidad». Además, los trenzados guardan mucha simbología ancestral. «Los tejidos son los libros que el colonialismo no pudo quemar», afirma. No se trata de ninguna metáfora. En 1512 el obispo Diego de Landa mandó arrojar a hogueras todas las obras de la literatura maya y, según cuenta Aspuac, los fuegos se sucedieron durante semanas para abrasar todos los códices.
Tamaña atrocidad cultural provocó incluso el espanto de los escribanos que vieron toda la obra de su vida convertida en ascuas. «Quisieron suprimir la memoria y no contaban que las mujeres escribían en la ropa, aunque fuera con otro tipo de lenguaje», aduce y apunta a las formas que decoran su vestimenta, y señala que invisible para los ojos no experimentados, el trenzado guarda, por ejemplo, el calendario de la cuenta larga y corta. «El sistema capitalista nos ha robado el tiempo, que debemos dedicar a trabajar y trabajar. Ahora no tenemos tiempo para sentarnos y discutir qué significa esto y tenemos mucho que recuperar».
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La preservación de la propiedad intelectual de estos tejidos es una de las causas de las mujeres indígenas. Su propósito es la puesta en marcha de una ley que proteja los derechos intelectuales colectivos frente a la depredación de aquellas empresas que los reproducen sin ningún tipo de respeto a la autoría.
Los problemas culturales no son la única preocupación. El abanico de reivindicaciones de las mujeres mayas es amplio y apunta a otras cuestiones más acuciantes. En los últimos dieciséis años 11.000 guatemaltecas han sido asesinadas en crímenes relacionados con la violencia de género. «Cada mes se producen 22.000 denuncias en todo el país, es el delito más frecuente y el menos atendido», apunta. «Sólo el 2% desemboca en una sentencia y esta no es necesariamente positiva para las víctimas».
La Ley del Feminicidio y Otras Formas de Violencia, aprobada en 2008, castigaba a los culpables con penas de entre 25 y 50 años y, al parecer, el temor a la condena redujo la incidencia, pero el clima de impunidad ha vuelto a incrementar las cifras. «Muchas se arrepienten de denunciar porque, a menudo, en la comisaria se les culpa de lo sucedido y en la escuela y la iglesia se les inculca que debe ser así, que practiquen la resignación».
La mayoría de este tipo de agresiones se produce en el ámbito familiar. Ahora bien, en Guatemala hay otras maneras de fallecer violentamente. Según la Fundación InSight Crime, observatorio de la seguridad ciudadana en América Latina, el país cuenta con una tasa de homicidios por 100.000 habitantes de 17.3, uno de los más altos del continente, y el índice se halla al alza.
El crimen organizado se ha expandido desde las ciudades a las áreas rurales con prácticas como el narcotráfico y la extorsión. Además de la existencia de numerosos clanes locales, la población se enfrenta a las maras Salvatrucha y Barrio 18. «Ha habido un incremento enorme de la venta de droga al detalle», advierte la directora de Afedes. «Los traficantes se han metido en los colegios y obligan a niños de 10 a 12 años a distribuir droga escondida en sus mochilas», asegura. «También reclutan a jóvenes para robar motocicletas y vehículos para cometer sus fechorías. Las muchachas desaparecen tres o cuatro días y si cuentan lo que les ha pasado, son asesinadas».
Los capos también intentan asentarse en esos territorios. «Compran fincas para blanquear dinero», aduce y señala que, ante la amenaza, algunas comunidades han decidido no vender a extraños. «Pero hay algunas que son tan pobres que no pueden negarse», indica. Tampoco es fácil oponerse a sus propósitos. «Son grupos poderosos y armados, sobre todo en la costa sur y hay sospechas de que participan empresarios y militares porque utilizan armas del Ejército».
Los desafíos para las aguerridas mujeres tejedoras son muy variopintos. ¿Se puede cambiar tal estado de cosas? Milvian Aspuac, agricultora, tejedora y experta en Contaduría Pública, se muestra sincera y prudente. «El sistema está muy podrido», advierte.
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