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sergio garcía
Domingo, 19 de abril 2020, 00:49
El desafío es de dimensiones planetarias y pasarán años antes de que se consiga pagar la factura. Eso por no hablar de los que han quedado y quedarán en el camino, el hueco imposible de llenar que dejan a sus espaldas. En este escenario, los líderes mundiales, los que están llamados a sacarnos del atolladero, se enfrentan a la emergencia sanitaria y económica sin un mando único ni fórmulas mágicas que permitan atajar una situación que ha sobrepasado a todos. Tres meses después de que la pandemia llevara a confinar a millones de personas en China y uno más tarde de que se cerrara el espacio aéreo europeo, los gobernantes han ensayado todo tipo de medidas para controlar la propagación del virus, desde algunas que caen en el esperpento hasta otras que han resultado exitosas y que, sin excepción, pasan por la firmeza en los primeros estadios de la amenaza. Todos están siendo mirados con lupa, no digamos ya aquellos que se encuentran inmersos en procesos electorales. En este caldo de cultivo, el populismo crece a pasos agigantados y a menudo lo hace en proporción inversa al crédito que reciben los científicos. ¿Están preparados nuestros líderes para devolvernos a la normalidad, para gestionar el miedo que sacude la sociedad hasta sus cimientos? ¿En manos de quiénes estamos?
Cuando en Asia construían hospitales en una semana con la consiguiente sonrisa condescendiente de Occidente, los ciudadanos chinos cerraban aquí sus ultramarinos y tiendas de todo a cien preocupados por nuestros titubeos a la hora de afrontar la pandemia. Ángel Castañeira, catedrático de Liderazgo y Gobernanza Democrática de ESADE identifica tres modelos cuando se habla de capacidad de reacción. Uno disciplinario, propio de regímenes autoritarios como China, pero también de Taiwán o Corea del Sur. Otro darwinista, esgrimido en los primeros compases de la crisis por Estados Unidos o Reino Unido, dispuestos a concentrarse en la economía y a dejar que el virus campase por sus respetos para elevar así el nivel de inmunidad, sin reparar en el coste que eso tendría en vidas humanas y para el sistema sanitario. El desbocado curso de los acontecimientos ha devuelto a ambos a la realidad. Y el último sería el de la descoordinación, «donde entran la mayoría de los líderes occidentales». La conclusión es inquietante, ya que quienes con más eficacia han afrontado la pandemia son aquellos países que no han tenido reparos en recurrir al confinamiento extremo y al 'big data' para controlar la evolución de sus ciudadanos.
Si algo ha demostrado la enfermedad es que no hay recetas universales. Empezando por el confinamiento, pero tampoco en materia sanitaria, económica o educativa. Castañeira habla de tres elementos importantes que deben definir a todo buen líder a la hora de enfrentar, como dicen los chinos, «tiempos interesantes». Primero una inteligencia contextual, «algo así como saber leer bien el partido, transmitir de manera clara cuál es la situación, tratando de no generar más alarma de la necesaria, pero con un punto de urgencia, para movilizar a la población. Aceptar la realidad –señala el experto– no significa aprobarla, pero es el punto de partida de cualquier terapia». Pero Castañeira va más allá, habla de una inteligencia ejecutiva, o capacidad de actuar y hacerlo con rapidez. «Aquí los asiáticos nos llevan ventaja, porque ya tenían experiencia con el SARS o la gripe aviar y, en consecuencia, habían 'entrenado' a su población». En Italia o España, la reacción fue tardía, pero aún lo fue más en EE UU y Reino Unido, que negaron al principio la evidencia y perdieron días preciosos para atajar la pandemia. El tercer elemento es la inteligencia emocional, imprescindible para transmitir la resiliencia –'No tengáis miedo', 'Saldremos de esta'– y combatir la incertidumbre y el miedo que atenazan al ciudadano.
Así, el terreno de juego queda dividido entre quienes han sabido anticiparse y quienes van a remolque, superados por los acontecimientos; entre lo ocurrido en Taiwán, Alemania, Islandia, Nueva Zelanda o Noruega –países dirigidos por mujeres– y lo acontecido en EE UU, Reino Unido, México o Brasil. Para Jordi Rodríguez Virgili, profesor de Comunicación Política de la Universidad de Navarra, el líder es aquella persona que ayuda a un país a establecer y lograr unos objetivos comunes, capaz de generar confianza y de servir de inspiración a los demás; de mover a toda una comunidad, del sector privado al público, a los ciudadanos, las empresas... «Es importante que el gobernante primero dé, luego pida y por último exija. Es decir, la ejemplaridad es fundamental, y tiene que ir de la mano de la competencia y la honradez».
Si como afirma Ángel Gabilondo, catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, el liderazgo es además «la gestión del miedo», el modelo, definitivamente, no parece al alcance de todos. Liderazgo, dice, es la valentía, «pero no entendida como lanzarse insensatamente en cualquier dirección, sino como el coraje de atreverse a buscar y aglutinar otras voluntades, que son las que te dan la fuerza». El coronavirus, añade, «lo va a cambiar todo, también el modo de hacer política, que no es sólo una lucha de poder, sino la resolución de problemas de los ciudadanos con los ciudadanos. Cualquier cosa que nos distraiga de eso es perder la perspectiva, no haber entendido nada».
El sociólogo Alain Touraine dice que vivimos en un mundo sin líderes. Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política, cree que lo que falta no son personas, sino instituciones con un reconocimiento comúnmente aceptado. Y pone como ejemplo a Naciones Unidas o la Organización Mundial de la Salud, esta última «con un presupuesto ridículo, una legitimidad muy cuestionada, en parte capturada por los chinos y a expensas de las farmacéuticas que la financian». La última manifestación de esa deriva llega de la mano de Trump, cuya reelección peligra y necesita hallar culpables. Ha congelado los fondos a la organización por no haber lanzado antes la voz de alarma y harto, dice, de que sus esfuerzos se centren en China.
Innerarity advierte también sobre un aspecto importante, esta vez de puertas adentro. «La Unión Europea no tiene competencias sanitarias porque no se las hemos dado, al contrario de lo que sí hicimos con las económicas». Son los Estados y no los líderes, continúa, quienes están haciendo frente a la crisis, «y eso es parte del problema, ya que una amenaza de esta magnitud tendría que haber tenido una respuesta global y no individualizada en su prevención y gestión». Y pone de ejemplo el cierre de las fronteras nacionales, «poco útil cuando las que realmente cuentan son las fronteras domésticas, las que nos recluyen en casa».
A juicio de José Luis Barreiro Rivas, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago, la pandemia está poniendo al descubierto las grietas de la Unión Europea. «Tenemos la clase política que hemos construido. Fíjese en Salvini, amenazando hace un año con salirse del euro si no le permitían a Italia hacer con su economía lo que le diese la gana. Y ahora ese mismo país espera que sea Europa la que arregle sus problemas. No puedes disparar la deuda y luego hacer a otro responsable de lo que tú gastas. Si hace 12 años, con la anterior crisis, hubiésemos trabajado por crear una Hacienda y un Presupuesto europeos, claro que podríamos hablar de mutualizar la deuda. Pero ahora no. Y eso no es falta de solidaridad, es sentido común».
El Covid ha establecido un cambio de paradigma en muchos órdenes. Es la primera vez que los jefes de gobierno dicen a la gente que estamos en guerra y la mandan a casa a 'combatir'. «Nuestros líderes han cometido un error de diagnóstico, posiblemente porque están ante una realidad inédita. Si queremos que la gente obedezca, que asuma algo tan inusual como es la reclusión, el recurso más socorrido es apelar a la lógica militar, al miedo», desliza Innerarity.
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La pandemia también está poniendo de manifiesto la exitosa gestión que algunas mujeres han hecho de la crisis, aunque sobre este particular nadie parece dispuesto a ir más allá. «¿Un grado de sensibilidad mayor hacia los que sufren, los vulnerables? Todas las filosofías que abordan la ética del cuidado las han desarrollado mujeres –recuerda Castañeira–, pero no me atrevería establecer a partir de ahí que gestionen mejor o peor que los hombres». «Tiendo a pensar que no hay atributos femeninos, o muy pocos, y que lo que abundan son estereotipos», dice Innerarity. De la misma opinión es la politóloga Carmen Beatriz Fernández, para quien «la casualidad no es causalidad». Le preocupa más «saber cómo vamos a salir de esto y en qué situación va a quedar el sistema sanitario, la investigación», siempre sometida a recortes. O la democracia, «asediada por populistas y líderes autoritarios, que están aprovechando para cercenar derechos y libertades con la excusa del Covid».
«También la economía». Dice el Nobel Finn Kydlan que la clave para salir adelante está en conservar el capital humano, que lo que nos ha ocurrido no es un terremoto ni habrá que reconstruir carreteras, y que lo que hay que asegurar son los instrumentos financieros necesarios para que llegue la liquidez a todos. «Piense en un bar, en cómo retener al camarero simpático y al cocinero que sabe hacer las croquetas como nadie». Es decir, retener el 'know how'. Porque aunque no lo crean, también esto pasará. Sólo hace falta alguien que tome nota.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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