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La supuesta sintonía del Kremlin hacia el presidente estadounidense, Donald Trump, se frustró ya en el primer gobierno del líder republicano. Pese a ello, Vladímir Putin ha venido dando muestras en los últimos meses de confiar en que Washington adopte una postura favorable a Moscú ... y ponga fin a la ayuda militar a Kiev. Sin embargo, tras la toma de posesión del magnate republicano, las esperanzas del mandatario ruso empiezan a desvanecerse bajo el peso de las advertencias que están llegando ya de la Casa Blanca.
El presidente de Estados Unidos avisó el martes durante una rueda de prensa que contempla como «probable» la adopción de más sanciones contra Rusia si no se aviene a negociar con Ucrania e incluso dijo que «examinará» la posibilidad de seguir enviando armas al ejército del país invadido. Trump, que el lunes reprochó al jefe del Kremlin que «está destruyendo Rusia por no llegar a un acuerdo» con Kiev, precisó al día siguiente que su Administración está actualmente en conversaciones con Volodímir Zelenski y pronto hablará también con Putin. «Veremos qué pasa», añadió el mandatario norteamericano.
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El viceministro de Exteriores ruso, Serguéi Riabkov, declaró este miércoles que «no podemos decir nada ahora sobre el grado de capacidad de negociación de la administración estadounidense entrante, pero aún así, en comparación con la desesperanza en todos los aspectos del anterior jefe de la Casa Blanca -Joe Biden-, hay una ventana de oportunidad, aunque sea pequeña».
El lunes, poco antes de la investidura de Trump, Putin anunció durante una reunión telemática con los miembros de su Consejo de Seguridad que «estamos abiertos al diálogo con la nueva administración estadounidense para solucionar el conflicto ucraniano». Al mismo tiempo, el jefe del Kremlin subrayó que el objetivo de unas conversaciones «no debe ser una breve tregua (...) sino una paz duradera basada en el respeto de los intereses legítimos de todas las partes».
Para ello, prosiguió Putin sin entrar en el fondo del asunto, «será necesario eliminar las causas que generaron inicialmente el conflicto». La narrativa oficial rusa es clara al respecto: lo que provocó la anexión de Crimea, la guerra en Donbás de 2014-2015 y la actual Operación Especial Militar, lanzada en febrero de 2022, fue el presunto «golpe de Estado» perpetrado en Ucrania tras la revuelta del Maidán en 2014, la toma del poder por parte de elementos «nazis» y el «genocidio» supuestamente llevado a cabo por las tropas ucranianas en Donbás.
El presidente ruso declaró en junio del año pasado que detendrá la guerra si Kiev reconoce la soberanía rusa sobre los territorios ya ocupados, retira sus tropas de las zonas que todavía controla en Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia y renuncia a sus pretensiones de pertenecer a la OTAN o a cualquier otro bloque militar. Tales exigencias, que supondrían la capitulación total de Ucrania, fueron rechazadas por Zelenski y por sus aliados occidentales. Sin embargo, el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, dejó claro hace una semana que el «ofrecimiento de paz» de Putin sigue vigente «sin cambios» ni más concesiones, «partimos de ese esquema».
Medios de comunicación rusos y canales de Telegram apuntan a que Rusia podría exigir también en una negociación una importante reducción del número de efectivos del ejército ucraniano y el cese de toda cooperación militar de Kiev con el exterior. El martes, en su intervención ante el Foro Económico Mundial de Davos, Zelenski dijo que Rusia pretende «reducir en cinco veces nuestro Ejército, no lo permitiremos». Asimismo, instó a los países de la Unión Europea a enviar 200.000 soldados a su país tras el final de la guerra para «garantizar la seguridad» en la zona tampón que se establezca en la línea de separación.
La presencia de tropas europeas tras el fin del armisticio es algo que Moscú no ve en absoluto con buenos ojos, aunque el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, se mostró a mediados de mes favorable a «abordar» posibles «garantías de seguridad» para Ucrania una vez concluido el conflicto. Lavrov se congratuló además de que haya habido un «cambio de actitud en el posicionamiento de Trump al admitir las realidades sobre el terreno», es decir, la necesidad de que Kiev renuncie a los territorios ocupados por las tropas rusas.
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En cualquier caso y ante un posible desencuentro con las nuevas autoridades estadounidenses, Moscú continúa reforzando los lazos con sus principales aliados, China, Irán y Corea del Norte. El martes, Putin habló largamente en una videoconferencia con su homólogo chino, Xi Jinping, sobre la llegada al poder de Trump, la guerra en Ucrania y la situación en el mundo en general, informó el asesor presidencial, Yuri Ushakov. Incidieron en la necesidad de constituir un «contrapeso» a la hegemonía de EE UU.
«Nuestras relaciones se basan en la amistad, la confianza y el apoyo mutuo, en la igualdad y las ventajas compartidas (…) la cooperación entre Rusia y China juega un papel estabilizador en la escena internacional», afirmó el presidente ruso. Xi, por su parte, señaló que las relaciones entre sus respectivos países «ayudarán a hacer frente a las incertidumbres del entorno externo, a impulsar el desarrollo para la revitalización de ambos países, y a defender la equidad y la justicia en el mundo». Aunque oficialmente Pekín no apoya la ofensiva rusa contra Ucrania, ayuda a Moscú a afrontar las sanciones occidentales e incluso a sortearlas.
Un mayor compromiso con Moscú tiene Corea del Norte, cuyos soldados luchan del lado ruso en la región de Kursk a tenor de un gran acuerdo de cooperación y ayuda militar mutua suscrito el año pasado. Un convenio similar, de Asociación Estratégica Integral, firmaron el pasado viernes en Moscú Putin y su homólogo iraní, Masud Pezeshkian.
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