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En muchos rincones de Rusia la guerra es sólo una especie de película que emiten en la televisión. No hay edificios reventados por los misiles, no resuenan las alarmas antiaéreas de madrugada, no estallan bombas a un puñado de metros... Pero en Bélgorod es otra historia. De terror. En esta región que limita al oeste con Ucrania, y que suma en torno a 1,5 millones de habitantes, en más de un caso con lazos a uno y otro lado, sufren el conflicto en primera persona. Hasta nueve de sus aldeas fronterizas han tenido que ser desalojadas esta misma semana después de que grupos de rusos que luchan contra el Kremlin atacaran la zona desde territorio ucraniano. Un auténtico zarpazo a Vladímir Putin en su propia casa.
En Bélgorod hacía meses que temían que la guerra entrara en sus hogares. Ya en 2014, cuando el enfrentamiento entre ambos países se agudizó con la anexión de Crimea, sus vecinos vieron cómo miles de refugiados ucranianos arrastraban la maleta hasta la frontera. Más de 60.000 se encontraban desplazados en esta región apenas medio año tras aquella crisis, sólo un aperitivo de lo que vendría después. Lo normal hasta entonces era que cruzaran hasta esta zona regada por los ríos Vorskla, Donets y Oskol para visitar a familiares, amigos... o incluso, en el caso de muchos rusoparlantes, para ir al cine. Numerosos rusos hacían el viaje inverso, a veces simplemente por ocio o para ir de compras. Járkov era uno de sus destinos habituales. Hoy está en ruinas.
La capital, Bélgorod, que significa ciudad blanca, está a escasos 40 kilómetros de Ucrania. En su aeropuerto estalló un dron con explosivos a principios de abril pero, ahora, la guerra muestra su peor cara fuera de esta ciudad industrial. La región está tejida por más de 260 asentamientos rurales que viven sobre todo de la agricultura. Cuando los habitantes de Graivorón, Novostroevka, Gorkovski, Bezimeno, Spodariusheno, Mókraya Orlovka, Glótovo, Gorá Podol y Zamostie, los pueblos que han tenido que ser evacuados en las últimas horas por los ataques rebeldes, regresen a sus casas lo tendrán difícil para recuperar algo de sus cultivos. Habrá quien ni siquiera encuentre su vivienda en pie.
El censo de estas aldeas ya era bastante reducido -e iba a menos desde hacía años- antes de que Putin decidiera invadir la vecina Ucrania, y la prueba es que ninguna aparecía entre las más pobladas de la región. En Gorá Podol, por ejemplo, se acercaban a los 1.900 residentes, en Mókraya Orlovka no llegaban a 600... La guerra habrá destruido seguramente su modo de subsistencia en una zona salpicada de huertos donde crecen, sobre todo, cereales (trigo, cebada, mijo y maíz, entre los principales) y plantan asimismo remolacha azucarera y girasol.
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La agricultura está muy desarrollada en Bélgorod, y eso que la zona puede presumir de concentrar el 40% de las reservas de hierro de toda Rusia. Hace sólo unos años se presentaba como la futura 'Holanda rusa' por los numerosos planes para la creación de invernaderos que había sobre la mesa. Unos proyectos alineados con la filosofía del Kremlin de sustituir la importación de alimentos del extranjero por producción nacional. Pero, a principios de 2022, los vecinos de esta región que comparte unos 540 kilómetros de frontera con Ucrania empezaron a ver vehículos militares marcados con la letra 'Z' en sus carreteras, helicópteros sobre las casas y soldados en sus calles. Y el sueño de ser una referencia agrícola se hizo añicos.
Meses más tarde comenzaron a acostumbrarse a escuchar los bombardeos en territorio vecino y hubo incluso quien se construyó un refugio antibombas en su jardín. En Bélgorod decían estar «en estado de conmoción total». Los soldados se convirtieron en los principales clientes de muchos comercios en lo pueblos limítrofes. Y el goteo de ucranianos -justo antes de la invasión suponían apenas el 1% de la población, frente a un 80% de rusos- que huían de las tropas de Putin hizo aún más evidente que, al otro lado de la frontera, se libraba una guerra. De las de verdad, nada de películas.
En esta región levantada sobre bosques y estepa -ya prácticamente talada para dar rienda suelta a la agricultura- y que dirige el mismo gobernador, Viacheslav Gladkov, desde hace treinta años son más conscientes que en ningún otro rincón de Rusia del conflicto bélico y de sus consecuencias. En sus propias familias, en sus propias amistades. Y ahora también en su día a día después de que los ataques por parte de insurgentes rusos -setenta habrían sido abatidos, según Moscú- hayan afectado a una veintena de poblaciones, con decenas de heridos y, al menos, un muerto. El Kremlin no oculta su «profunda preocupación» por la situación en una zona unida durante décadas a Ucrania.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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