El arte de reinar sin gobernar
La contribución que puede hacer la Corona al sistema político no se impone por la fuerza de las normas
alberto lópez basaguren
Viernes, 9 de septiembre 2022, 21:59
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alberto lópez basaguren
Viernes, 9 de septiembre 2022, 21:59
La monarquía parlamentaria es un juego de apariencias; un sistema político que actúa «disfrazado», como señalaba Walter Bagehot, el mejor apologista de la monarquía parlamentaria británica. La reina aparece como la autora de actos que hacen otros: nombrar al primer ministro, aprobar las leyes y ... los decretos o las sentencias de los tribunales, que se dictan en su nombre. La reina, el rey, «reina pero no gobierna».
La función regia, sin embargo, no es insignificante en un sistema constitucional que pretenda alcanzar una legitimidad profundamente arraigada en la sociedad. En la medida en que integra la parte solemne o venerable de la Constitución, su función es contribuir a que ganen autoridad las partes «eficientes» de la misma, las que gobiernan el funcionamiento real del sistema político (Bagehot 'dixit'). Una función en la que la liturgia juega un papel importante. En este sentido, algunos consideran que las monarquías aportan más que las presidencias en las repúblicas parlamentarias puras, como, por ejemplo, Alemania.
Pero la contribución que puede hacer la Corona al sistema político no se impone por la fuerza de las normas, sino que lograrla exige que concurra un conjunto de circunstancias entre las que juega un papel trascendental la imagen sobre su conducta por parte de quien ostenta la corona.
Isabel II ha debido afrontar situaciones muy complejas, cuya gestión superaba sus funciones. Y en Reino Unido las posiciones contrarias a la monarquía no han sido insignificantes. Han sido los sucesivos gobiernos británicos, con sus mayorías parlamentarias, los que han determinado políticamente el camino que ha seguido el país durante su reinado.
Pero la reina ha contribuido a consolidar el sistema constitucional a través, muchas veces, de gestos cargados de enorme simbolismo. Haciéndolo contribuía, al mismo tiempo, a la legitimación de la monarquía. Es lo que explica el creciente nivel de aceptación que ha ido alcanzando la institución en Reino Unido, desde su acceso al trono hasta su fallecimiento, a pesar de escándalos y crisis. Y es lo que expresaba la cara de incredulidad que me dirigió Leonard, el entrañable taxista de Cambridge, cuando, en pleno Jubileo de Diamante, en 2012, le mostré mi escepticismo sobre el papel de la reina en el sistema constitucional británico, diciéndome, dolido: «You are wrong. The Queen is a very very important person».
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