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A Henry Kissinger le gustaba presentarse como la encarnación del sueño americano, porque «sólo en EE UU el hijo de una familia de refugiados perseguida por la Alemania nazi» podía convertirse en lo que fue, la figura más significativa de la política internacional de Estados ... Unidos en el siglo XX, que forjó con su despiadado pragmatismo. Autodescrito como un «egotista», hoy estaría orgulloso de las sentidas condolencias que han enviado los líderes del mundo al conocer su muerte, desde Vladímir Putin hasta Xi Jinping, el último que le recibió apenas en julio pasado.
En realidad este hijo de una familia acomodada que estudió en Harvard no era ni un niño sacado de la pobreza, ni un pacifista merecedor del Nobel de la Paz, que recibió en 1973 por acabar con una guerra que, según sus críticos, prolongó innecesariamente. Al salvaje bombardeado de Camboya, país neutral en la Guerra de Vietnam, del que se le responsabiliza personalmente como consejero de Seguridad Nacional y secretario de Estado de Nixon y Ford, le siguió un brutal genocidio a manos de los Jemeres Rojos, que tomaron el poder tras el derrocamiento de la dictadura militar que EE UU apoyó para contener el comunismo.
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Pero como no era un ideólogo, sino un líder frío y pragmático, Putin celebró este jueves esa línea «que en su momento permitió lograr la distensión de tensiones internacionales y alcanzar los acuerdos más importantes entre Estados Unidos y la Unión Soviética, contribuyendo al fortalecimiento de la seguridad global», evocó en sus condolencias, en las que le calificó de «estadista sabio y visionario, un diplomático excepcional».
Antes de morir la madrugada de este jueves en su mansión de Connecticut, rodeado de su familia, a los cien años de edad, pudo disfrutar en sus últimos meses de vida la gloria de numerosos homenajes procedentes de todas partes del mundo, a raíz de la celebración de su siglo de vida en mayo pasado. Para entonces estaba ya ciego de un ojo, medio sordo y había sufrido múltiples operaciones de corazón, pero aún le movía la fuerza de su ambición y un cerebro brillante que le permitió demostrar al mundo que los líderes internacionales se cuadraban ante él con solo levantar el teléfono. China le debía mucho, por algo este jueves le recordabacomo «un buen amigo del pueblo chino». A su diplomacia pragmática y secreta se debe la integración del gigante asiático en el mundo.
En su última entrevista con la cadena CBS, el diplomático presumió de que si quisiera llamar a Xi en ese momento probablemente se le pondría al teléfono. Para demostrarlo, dos meses después aterrizó en Beijing, donde el presidente chino le recibió personalmente. Este jueves el Gobierno asiático añoraba a ese amigo perdido que determinó su evolución actual como potencia económica y pidió al Ejecutivo de Biden que China y Estados Unidos «lleven a cabo la visión estratégica de Kissinger con valor político y sabiduría diplomática para promover el desarrollo de relaciones estables y sostenibles» entre ambos países, dijo la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, Wan Webin.
Sin duda la muerte de Kissinger marcaba «el final de una era», como dijo el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, otro de los autócratas que le echarán de menos. «Tuve el privilegio de reunirme con el doctor Kissinger en numerosas ocasiones, la más reciente hace apenas dos meses en Nueva York», contó. «Cada encuentro con él era no solo una lección de diplomacia, sino también una clase magistral de Estado. Su entendimiento de las complejidades que entrañan las relaciones internacionales y su perspectiva desde dentro no tenían parangón en el mundo».
Kissinger montó su propia consultoría en Manhattan, desde la que siguió asesorando a gobiernos y multinacionales hasta sus últimos días, en los que presumía de trabajar hasta 15 horas diarias. El expresidente George W Bush contó con su asesoría para invadir Irak. este jueves le recordaba como una de las voces más distintivas en las que confiaba para Asuntos Exteriores. No era una cuestión de colores de partido. Hillary Clinton también mantuvo línea directa con él mientras fue secretaria de Estado, al igual que otros altos cargos del Gobierno de Barack Obama, como Samantha Power, conocida como una humanitaria decidida a intervenir para evitar genocidios, y a la que se considera instrumental en la intervención de Obama en Libia.
El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, también recordaba haberse reunido con él en numerosas ocasiones y le rememoraba como «una mente brillante que a lo largo de los años ha forjado algunos de los eventos más importantes del siglo». Eso nadie lo discutía. Sólo se cuestionaba si su influencia era algo que celebrar.
'The Intercept' le considera responsable de «millones de muertes» por las que nunca nadie se ha atrevido a juzgarle. «Tiene en sus manos la sangre de al menos tres millones de personas», dijo Greg Grandin, uno de sus biógrafos. «Ha tenido que ver en tanta muerte y destrucción, tanto sufrimiento humano en tantos lugares alrededor del mundo», dijo Reed Brody, fiscal internacional de crímenes de guerra. Eso no impedirá que sea enterrado como un hombre de estado, y la polémica con él.
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