Johana Gil
Viernes, 5 de mayo 2023, 00:27
Las redes de tráfico de migrantes con destino a Estados Unidos, que hasta ahora operaban con muchos latinoamericanos, unos pocos africanos y algunos árabes, han encontrado una nueva presa: los chinos. La frontera norte de México y el Valle de Río Bravo suelen estar inundados ... por miles de ciudadanos de Sudamérica y el Caribe que buscan llegar de cualquier forma al territorio norteamericano. Pero los 7.000 chinos que han viajado de manera ilegal a lo largo de este año revelan una nueva crisis en el panorama migratorio del continente. Más de 1.600 han sido detenidos en su intento por cruzar. Según la Policía de Texas, los arrestos de nacionales chinos ha aumentado en un 900% desde el año anterior.
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Los caminos interminables, las tormentas, las selvas espesas, la falta de alimentos, los refugios improvisados, y, lo peor, las bandas criminales que dominan las zonas del largo viaje por tierra son algunos de los riesgos que los chinos han decidido asumir para «escapar» del régimen de su país. Los ciudadanos del gigante asiático tienen mayor posibilidad de recibir asilo en EE UU -un 58% lo consigue- a diferencia de nacionales de otros países. Aunque la mayoría busca la residencia en el extranjero a través de la educación o la inversión, otros con menos recursos han optado por sumarse a las corrientes de migración clandestina. Más de un millón de personas han cruzado de manera irregular la frontera mexicana en los tres primeros meses de 2023, la mitad de los registros de todo 2022.
El escenario migratorio ha dado un vuelco y ahora los latinoamericanos dan consejos a los chinos sobre cómo viajar y protegerse del peligro. Pero, debido a la barrera del idioma, la comunicación es muy limitada. Por ello, quienes deciden emprender el viaje recurren a personas que ya han conquistado su objetivo y comparten su experiencia de manera anónima a través de las redes sociales asiáticas. La búsqueda también se hace bajo la clandestinidad debido a la censura en internet que ha establecido Pekín.
Los migrantes salen con destino inicial a Tailandia o Turquía y luego a Ecuador, el único país de Sudamérica que no exige una visa para los visitantes chinos. Y desde allí emprenden su viaje hacia el territorio azteca. Para ello, deben atravesar primero el Tapón del Darién, una selva que conecta el noroeste de Colombia con el sur de Panamá -la puerta de entrada a Centroamérica-. Un trayecto de casi diez días por 266 kilómetros de bosque sin caminos, con caudalosos ríos donde el agua llegan hasta la cintura, fauna salvaje y empinadas laderas.
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La zona, conocida como zouxian, que se traduce como «ruta a pie», no tiene ley y es extremadamente peligrosa, atestada de bandas criminales que solicitan dinero para permitir el paso. Los «peajes» son frecuentes en el camino y se pagan por persona. La mordida, que para un latinoamericano puede estar entre los 80 o 100 dólares, para los chinos se triplica. Las represalias por negarse a pagar o no tener dinero son sumamente crueles, incluso se llega al asesinato. La ruta gobernada por los delincuentes también es usada para el tráfico de drogas y el contrabando de armas.
Alrededor de unas 130.000 personas de todo el mundo han cruzado el Darién desde enero, más de 2.000 han sido de China. La cifra en lo que va del año ya ha superado los registros de todo el 2022 y ha triplicado la de la década anterior. La estadística desvela la tendencia al alza de la oleada de migrantes asiáticos que atraviesan la jungla. Son la cuarta mayor población que lo ha hecho en estos meses, detrás de los haitianos, venezolanos y ecuatorianos.
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Los elevados registros evidencian que algunos que se habían quedado estancados en su trayectoria por la pandemia han retomado el viaje y están dispuestos a pagar hasta 50.000 dólares (unos 45.200 euros) por persona para lograrlo. En 2020, el mundo se cerró ante los viajeros chinos por temor a la expansión del covid. Las estrictas políticas de migración se sumaron a las fuertes restricciones del régimen del Gobierno de Pekín. El presidente chino, Xi Jinping, redujo los vuelos internacionales de pasajeros en un 97% en 2021 en comparación con 2019. También dejó de emitir pasaportes por «razones no esenciales». Pese a que las restricciones se relajan, lo hacen a un ritmo muy lento para evitar nuevos contagios.
Además, las relaciones diplomáticas entre EE UU y China se han debilitado en los últimos años, lo que ha empeorado con la guerra en Ucrania. La polarización de los ejecutivos no sólo ha afectado los vínculos comerciales, sino también los trámites de extranjería. Los ciudadanos del gigante asiático que desean llegar de manera legal para radicarse en el país norteamericano se han encontrado con barreras burocráticas. Desde hace dos años, la emisión de visas se ha reducido drásticamente.
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La Administración del presidente estadounidense, Joe Biden, extendió algunas medidas que su predecesor, Donald Trump, había impuesto contra los ciudadanos de China. Los permisos pasaron de autorizar la entrada múltiple (pensando en las familias de migrantes) con un periodo de residencia hasta de una década completa a dejar que solo entre una única persona y durante un mes. La comunidad china en Estados Unidos es la más grande en el extranjero fuera de Asia (de todos los que emigran, el 20% se va a Norteamérica). Pero, de los 11 millones de indocumentados que residen en el país, el 4% son de China.
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