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El asesinato de 133 personas por el Estado Islámico en el centro de recreo y exposiciones Crocus City Hall de Moscú el 22 de marzo conmocionó Rusia y abrió un nuevo frente a Vladímir Putin, quien intentó implicar en el atentado a Ucrania sin conseguirlo. Los terroristas entraron en el recinto y dispararon a quienes estaban en el vestíbulo o en los pasillos, para acceder luego a la sala de conciertos donde tirotearon de una forma indiscriminada al publico que asistía a la actuación de un grupo de rock ruso llamado Picnic. Más tarde, detonaron varios explosivos que provocaron un incendio en el edificio que quedó envuelto en llamas. Los hombres, encapuchados, con uniformes de camuflaje y armas automáticas, huyeron del lugar de la matanza.
Una operación de las fuerzas de seguridad del país permitió la detención de cuatro personas, con muchas contradicciones en la información oficial, en la que se aseguraba que los autores eran de Tayikistán y huían a Kiev, en un intento de implicar a Ucrania, a pesar de que el atentado fue reivindicado por una rama del Estado Islámico denominada Vilayat Jorasán.
La masacre provocó una ola de xenofobia entre los rusos por el temor a las minorías étnicas de confesión musulmana. La Policía realizó amplias redadas contra personas procedentes de Asia Central y los tribunales expulsaron a más de un millar de personas con ese origen durante el mes de abril.
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