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Fabio Ochoa Vásquez, uno de los fundadores del Cartel de Medellín y exsocio de Pablo Escobar, fue deportado el lunes a Colombia tras cumplir una condena de veintitrés años de prisión en Estados Unidos. «No estoy arrepentido de nada», fueron las primeras palabras del narcotraficante ... al llegar al aeropuerto El Dorado de Bogotá. Sin cuentas pendientes con la Justicia de su país, el excapo de 67 años podrá dejar atrás una vida criminal que comenzó con 24.
Ochoa fundó el Cartel de Medellín, la organización criminal que sembró el terror en el mundo a través del tráfico de cocaína, junto a Pablo Escobar, que murió el 2 de diciembre de 1993, a los 44 años, por disparos de la Policía de Colombia cuando intentaba huir tras una intensa búsqueda con el apoyo de la DEA (Agencia Antinarcóticos de Estados Unidos). Juntos secuestraron, compraron políticos, torturaron y asesinaron. Todo sin piedad.
El menor de la familia Ochoa llegó al mundo de la droga de la mano de sus hermanos Juan David y Jorge Luis. Hijos de una familia adinerada, donde el padre, Fabio Ochoa Restrepo, era ganadero y coleccionaba caballos, toparon pronto con una nueva fuente de acumular más riqueza. La cocaína. En el narcotráfico lo encontraron todo. Incluso llegaron a estar en la lista de los millonarios del mundo de la revista 'Forbes' en 1987. Habían acumulado más de 2.000 millones de dólares.
Ser socios de Escobar dibujó una imagen de los Ochoa menos aterradora entre los colombianos. El 'Patrón del Mal' les superaba en violencia y en ambición. Aunque ellos también eran poderosos y crueles, siempre quisieron aparentar ser más normales. Querían vivir, aunque sus familiares pensaban que en cualquier momento cualquiera de ellos podía aparecer muerto. Observaron que cuando la cocaína comenzó a tener una demanda mayor y los dólares caían por millones en sus arcas comenzó la guerra de los clanes con el cártel de Cali, dirigido por los hermanos Rodríguez Orejuela, la persecución de los gobiernos –tanto el de Washington como el de Bogotá–, y el pueblo comenzaba a odiarles. Tuvieron que esconderse y apartarse de sus familias para no arriesgar sus vidas.
Incluso el movimiento guerrillero M-19 se atrevió a secuestrar a su hermana Martha Nieves Ochoa en 1986 y pedir 12 millones de pesos colombianos para liberarla. Fue un error de los insurgentes. El Cartel de Medellín respondió con la creación de un grupo al que llamó por las siglas M.A.S (Muerte a Secuestradores) y que unió a más de doscientos industriales. En lugar de pagar el rescate, invirtieron el trato. Ofrecieron recompensas para los que informaran del paradero de la hermana y prometieron la ejecución pública y sistemática de cualquiera que se viera envuelto en el delito del secuestro. Martha Nieves apareció después de que mataran a muchos guerrilleros.
En 1990 los Ochoa se entregaron al Gobierno colombiano, fueron juzgados y pasaron unos años en prisión evitando la extradición a Estados Unidos, que los reclamaba para juzgarlos por introducir la cocaína en grandes cantidades. Los dos hermanos mayores prometieron no delinquir. Fabio, también, pero no cumplió. Según las investigaciones se alió con carteles mexicanos y su red colocó treinta toneladas de cocaína entre 1997 y 1999.
Más tarde Fabio Ochoa se acogió a un decreto que permitía la reincorporación de los delincuentes extraditables a la vida normal. Se entregó. Hizo una campaña en prensa y en pancartas en las calles principales de Medellín. «Ayer me equivoqué. Hoy soy inocente», decía uno de esos mensajes. «Me entregué a la Justicia con la garantía de que no sería extraditado. Yo he cumplido. Usted debe cumplir», decía un anunció en la prensa.
Pero el entonces presidente, Andrés Pastrana, no dudó. Autorizó su extradición a Estados Unidos en 2001. Ochoa fue condenado por trata de personas, conspiración, narcotráfico y delincuencia a treinta años de prisión. Ha pasado más de dos décadas entre rejas.
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