colpisa
Sábado, 20 de junio 2015, 08:11
Sadia Bello tiene 40 años y es originaria de Bria, en la prefectura de Haute-Kotto, una de las principales localidades de la República Centroafricana (RCA). Allí vivía junto a su marido, que falleció a causa de la malaria, sus cuatro hijos y su madre. Nunca pensó que en su ciudad podría vivirse el horror que supuso la llegada de las milicias rebeldes ni que se vería obligada a huir en piragua con lo puesto para llegar a Bangui, la capital, donde estaba su familia.
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"Nos habían dicho que vendrían malas personas a buscarnos, pero no me lo creí. Decidí quedarme para proteger las pertenencias de mi difunto marido, pero los vecinos me dijeron que huyese porque las pertenencias son algo material y superfluo. Todo el mundo había huido y ya solo quedábamos mis hijos, mi madre y yo. Tenía que salir con los niños para llegar a la otra orilla y si la calma volvía ya regresaría, pero cuando llegamos a Bambari nos dijeron que habían incendiado nuestra casa con todos nuestros bienes dentro. Entonces me dije que para qué volver a Bria, que sería mejor encontrar la manera de llegar a Bangui y allí es a donde fuimos", relata la mujer.
El número de desplazados y refugiados alcanzó en 2014 el récord de 60 millones de personas a causa de los múltiples conflictos en el mundo, según indica el informe anual de Acnur, que se declara cada vez más sobrepasado ante este drama.
Cuando llegaron a Bangui, la situación no fue mejor. La casa que su marido poseía en la ciudad había sido tomada por los anti-balaka -milicias cristianas enfrentadas a los exmilicianos rebeldes de Seleka, mayoritariamente musulmanes y que tomaron el poder tras el golpe de Estado de 2013-. "Con la casa de Bria incendiada y la de Bangui ocupada, intentamos vivir como pudimos con la ayuda de dios", explica Bello. Finalmente, decidieron huir de Bangui para regresar a Bria, donde ocuparon de nuevo su casa, de la que apenan quedaban los cimientos tras ser pasto de las llamas. Allí subsisten gracias al trabajo en el campo, la venta en el mercado y las ayudas para las personas desplazadas. "No entiendo nada de lo que está pasando, pero si hay paz y encontramos algún tipo de trabajo, los niños estarán bien".
Crisis humanitaria
La historia de Sadia Bello es solo una de las tragedias que se viven a diario en la República Centroafricana, un país que vive desde hace décadas una "crisis silenciosa", según denuncia Oxfam Intermón, ONG que opera en el país desde enero de 2014. El país, uno de los más pobres del mundo, se enfrenta a la peor crisis humanitaria desde su independencia en 1960. Más de la mitad de la población (2,7 millones de personas) dependen de la ayuda humanitaria, la esperanza de vida es de 49 años, el nivel de malnutrición entre los menores de cinco años es del 40%, uno de los mayores del mundo y donde, cada día durante 2014, al menos un niño fue asesinado o mutilado.
El último episodio de violencia se inició con en marzo de 2013, tras el golpe de Estado y la toma de poder del grupo Seleka, y que provocó que el 25% de la población se viera obligada a huir de su hogar. La violencia ha destruido las escasas infraestructuras y los servicios existentes, desmantelando las redes comerciales y provocando una caída del 58% de la producción agrícola. Pocas esperanzas para una población diezmada por las continuas guerras, donde el 90% de la población solo come una vez al día, no hay apenas servicios sociales ni centros de salud y la educación se ha interrumpido.
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Una situación de "miseria y desolación", denuncia la ONG, ante la que la huida ha sido la táctica empleada por la mayor parte de la población. Aunque la cifra de desplazados varía según resurge la violencia, son cientos de miles los que han tratado de buscar cobijo en asentamientos. Responder a estas necesidades se ha convertido en una labor peligrosa para las organizaciones humanitarias, objetivo de los grupos armados. Además, los flujos constantes de refugiados están poniendo en una situación complicada a los países receptores que, al igual que las organizaciones, están sobrepasadas. La UE, junto con sus Estados miembros, es el mayor donante de ayuda humanitaria, con más de 186 millones de euros aportados desde 2014 para paliar una crisis que, alerta la ONG, podría quedar olvidada de nuevo si no recibe la atención política y mediática que requiere una crisis de estas dimensiones.
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