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Los resultados de las elecciones de este 23 de julio vienen a desmentir esa idea en cuya virtud las campañas electorales no tienen gran potencial de alterar los resultados. Va a resultar que acumular errores en la última semana de campaña sí que puede acabar ... teniendo un impacto en las urnas. Lo sugerimos en estas mismas páginas: quizá no fue una buena idea de Alberto Núñez Feijóo dejarle a Santiago Abascal la representación en un debate televisivo del bloque conservador, ese que ahora necesitaría hacer valer para superar los más de ciento cincuenta escaños que juntan PSOE y Sumar. Tampoco ayudó incurrir en inexactitudes, ni bromear con el maquillaje de una candidata, ni mucho menos naturalizar la amistad con contrabandistas o con vendedores de artículos falsificados. El cabeza de lista popular tropezó ahí donde más factura pasa fallar: en la recta final, en la impresión última.
La segunda consideración, ineludible, es que el teórico de la resistencia ha vuelto a demostrar una vez más que sabe llevarla a la práctica y que no deja de tener una intuición excepcional para leer las situaciones desesperadas. Quienes lo sentenciaron tras las elecciones del pasado 28 de mayo, quienes no dejaron de darlo por muerto durante los últimos dos meses, tienen que aceptar ahora que el difunto sigue coleando, y que ha sabido aprovechar la que era casi su única baza, el espanto que les producía a muchos el advenimiento de la mano del PP de esa visión atrabiliaria del país y de sus gentes que representa Vox. Hay que reconocer que los cargos electos del partido ultraderechista han colaborado a ello con toda suerte de gestos descabellados, desde censurar a Virginia Woolf hasta sonreír en el homenaje a una mujer asesinada.
«El que resiste, gana», reza el lema que hiciera célebre el Premio Nobel gallego, Camilo José Cela. Y si bien no cabe duda de que para Sánchez el mero hecho de haber logrado resistir el tsunami azul es en sí mismo una victoria, el escenario con el que se encuentra tras el escrutinio, en el que solo puede mantener el poder supeditando aún más sus políticas a las posiciones de ERC y de Bildu y halagando al fugitivo de Waterloo, dista de ser una situación airosa para un presidente del Gobierno de España que aspire a honrar la confianza de sus conciudadanos que aún creen en su país y que este domingo le han dado su voto.
Tendría el PSOE legitimidad y argumentos para oponerse a las pretensiones abusivas de sus posibles socios, y en especial a las de ERC y Junts, siendo la fuerza más votada en Cataluña. Pero lo que ahora se verá es si finalmente lo hará, y en tal caso, si eso no conduce al bloqueo y antes de final de año a abrir de nuevo las urnas.
Y la pregunta final, después de oír los gritos de «Ayuso. Ayuso» ayer en Génova: ¿llegará Feijóo vivo hasta entonces?
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