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Una buena noticia nos trae el 23-J: la derrota, amarga, de quienes apostaron por la guerra cultural como instrumento para tomar el poder. Vale para la marca del eurotrumpismo en España, Vox, que ha comprobado lo caro que acaba saliendo despreciar el consenso de ... la sociedad española en torno al reconocimiento de derechos -más allá de diferencias a propósito de ciertas tesis extremas- o censurar las expresiones artísticas que te disgustan. A lo mejor alguien no reparó en un pequeño detalle: a los españoles nos negaron las libertades durante demasiado tiempo, y hasta fechas demasiado recientes, como para ahora renunciar a ellas sin rechistar.
Otros practicantes de la guerra cultural, en este caso contra España y lo que representa, han sido los nacionalistas radicales, catalanes y vascos. Los segundos, pese al éxito relativo de Bildu, deben convivir con que el partido más votado en Euskadi sea el PSE, que apuesta por su españolidad. En cuanto a ERC y Junts, no sólo tienen que encajar que el PSC les saque doce escaños, sino ver cómo la opción independentista cae por debajo de un tercio de los votantes, lo que la reduce a una fracción aún menor de la sociedad catalana. No da la sensación de que su desdén sistemático hacia todo lo español les haya servido para incrementar la confianza que les inspiran a sus paisanos.
Así las cosas, y pese al valor de los escaños de ERC, Junts, PNV y Bildu para una eventual investidura de Sánchez, todo avala y abona un enfoque diferente: una reconciliación real, en la que, si hay generosidad por parte del Estado, se corresponda desde el soberanismo con la lealtad que le ha faltado hasta aquí. Eso incluye despojar de todo romanticismo los atentados contra la convivencia perpetrados en nombre de la patria irredenta, desde el terrorismo hasta el burdo y torpe atajo del 'procés', una vía por la que el independentismo no puede ni siquiera fantasear con volver a transitar. Sin esa rectificación, cualquier pacto que se alcance tan sólo supondrá una prolongación de la agonía.
Y a la derecha, cuando le toque, le aguarda otra tarea no menos ardua. Asumir que España no es lo que hasta aquí se ha obstinado en creer. Y diseñar su estrategia para reconciliarse, antes o después, con la parte que detesta.
Guerra o reconciliación. Elijan.
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