No va más

Bueno, pues ya está. Ya estamos en el día D, la hora H y el momento M. No va más. Cuando el calendario cambie de fecha tendremos más o menos claros los resultados y sabremos qué narices hemos decidido los españoles. Porque habremos decidido algo, eso seguro. La interpretación que le den más tarde los encargados de ponerse de acuerdo es harina de otro costal. Un costal en el que los votantes ya no tenemos mano.

Y hasta aquí hemos llegado después de una campaña electoral anodina, aburridilla, poco creíble y con demasiados soniquete a repetición, a argumento sabido, a palabras ya oídas. En descargo de quienes nos han martilleado cerebro y meninges hay que señalar que es difícil cambiar de mensaje en seis meses (y si hubieran cambiado rápidamente les habríamos acusado de ser incoherentes, que en estos asuntos el ventajismo aparece a la mínima). Y, en su cargo, es de justicia destacar que, salvo los convencidos, demasiadas personas no se han tomado las palabras de los candidatos como una verdad. Y eso es grave. Terrible.

Los españoles, imagino que como muchos occidentales, ya descontamos que lo que se dice en campaña o no es verdad o es prescindible o ni siquiera es. Es cierto que algunas de las cosas que se escuchan luego se cumplen, pero si decir la verdad se convierte en noticia, entonces el problema que tendríamos sí que sería mayúsculo.

En cualquier caso ¿por qué hemos de cambiar de opinión los ciudadanos cuando comprobamos día tras día que los que han de liderar la sociedad continúan enrocados en sus posturas? Nosotros, los votantes, vamos a cumplir con nuestra obligación. Ellos, los elegibles, deberían cumplir con la suya y llegar a acuerdos. Deberían dejarse de personalismos, de egos escondidos bajo la apariencia de severas líneas doctrinales que, llegado el caso, pueden retorcerse todo lo necesario.

Nadie quiere pensar en unas terceras elecciones, pero abrir las urnas es la red que siempre tienen dispuesta los políticos. Es la salida fácil. Y, sinceramente, les tienta demasiado esa salida.