Nueva normalidad
Aprendemos estos días las fórmulas de conducta que nos dicta la autoridad más o menos competente
Antonio Soler
Viernes, 1 de mayo 2020, 00:37
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Antonio Soler
Viernes, 1 de mayo 2020, 00:37
Para junio, después de no se sabe bien cuántas y complejas fases, llegará la nueva normalidad, que es como ahora llamamos al verano. Un verano de semi cuarentena, quirúrgico, en el que las playas y las terrazas de los bares estarán cuadriculadas como el campo ... de un arqueólogo y en el que todos, en el mejor de los casos, andaremos con guantes y mascarillas, como si acabásemos de salir o fuésemos a entrar al quirófano. Una turba de cirujanos aficionados, aprendices de virología y de las pautas que marcarán esa realidad brumosa que tenemos por delante.
El Gobierno nos hace de lazarillo tuerto. No puede ser de otro modo. Los científicos -ya sean concienzudos o del tipo Fernando Simón- ni tienen una bola de cristal ni conocen todavía a fondo el virus que nos está cambiando la vida. De modo que entre ellos y otros asesores gubernamentales han trazado un plan de desescalada que en principio tiene las características de un jeroglífico egipcio pero una finalidad reparadora, sanadora. Andamos como principiantes, párvulos aprendiendo las nuevas formas de conducta que nos dicta la autoridad más o menos competente. También nos dicen que iremos echando migas de pan porque tal vez haya que desandar el camino hacia la nueva normalidad y tengamos que regresar a toda prisa al ya viejo y conocido encierro.
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En realidad, llamar nueva normalidad al futuro inmediato es una especie de consuelo. Un caramelo que nos hemos inventado entre todos para endulzar un tiempo con regusto muy amargo. Miles de muertos, una economía truncada y el fantasma de la incertidumbre -económica y sanitaria- sobrevolando nuestras cabezas. Porque, por mucho que unos y otros, desde una tribuna u otra se empeñen en repetirnos el lema de los marines americanos diciéndonos que no van a dejar a nadie atrás, sabemos que eso ni está siendo ni va a ser así. Por lo pronto, ya se han quedado atrás, bajo tierra o convertidos en cenizas, casi veinticinco mil españoles. Veinticinco mil familas han dejado ya demasiado atrás. Los empleos y las pérdidas económicas dejadas atrás son incontables y demasiada gente quedará atrás en la lenta cola del paro. Y, claro, donde hay desgracia, siempre aparecen las aves carroñeras. Esas sí que no se quedán atrás. No pierden un minuto. A algunas ya se les ven las plumas. Haciendo caja electoral desde la tribuna del Congreso al tiempo que propalan bulos o especulando financieramente con el miedo. La esperanza es que esa nueva normalidad que nos anuncian dure poco. Es decir, que no llegue a ser normal, y sea lo que debería ser, un periodo de excepcionalidad en aquello que hasta ahora entendíamos por normalidad.
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