El VRAC apela a la épica para lograr su sexta Copa del Rey

La puesta de largo dejó ver un quince de Diego Merino plagado de talento, en el que Gavidi se enroló en la segunda línea para dar más empaque a la delantera de la formación pucelana. Desde ahí llegaron las primeras embestidas para encerrar a los jugadores de Aparejadores, incapaces de dar salida a la pelota de forma limpia. Las cortinas de placajes impuestas por la defensa de la escuadra quesera obligaron a Tani Bay, Zabalegui y Tomás Carrió a abusar de patadas demasiado precipitadas. Fue el propio Gavidi quien abrió las puertas hacia el primer ensayo con un offload de mucho talento que fijó a tres posibles placadores. Del resto se encargaron los jugadores más veloces de Diego Merino con una transmisión que permitió a Cian cabalgar junto a la línea de cal.

A partir de ahí, los dos contendientes tomaron conciencia de estar en una final. Los nervios cobraron importancia en forma de imprecisiones y decisiones erráticas como las que permitieron a Zabalegui dar la vuelta al tanteador con dos golpes de castigo de transformación nada sencilla (5-6, min. 23). Fue el pistoletazo de salida para los mejores minutos por parte del cuadro burgalés, que llegó a la zona de marca bajo los palos a través de una larga sucesión de oleadas que culminó Sacovechi. Sin duda, mucho trabajo para Diego Merino en el vestuario de cara a cambiar la imagen de un equipo que se diluyó a partir del cuarto de hora de juego.

Una arenga que, desde luego, no dio resultado en el regreso al rectángulo de juego dentro de un intercambio de ensayos en el que salió favorecida la formación burgalesa de inicio. Golpeó primero Nico Coronel en los momentos de mayor zozobra para la nave quesera, incapaz de ajustarse en defensa. Sí lo hizo en ataque a base de individualidades siempre apoyadas en el liderazgo y la casta de Gavidi. El incombustible caballero de los mares del sur volvió a dar otra lección de rugby a sus 42 años para conducir a sus compañeros al puerto de la victoria una vez más. Suyo fue el ensayo que permitió recobrar la esperanza a un Quesos Entrepinares que, por momentos, se sintió zarandeado ante el empuje y el entusiasmo del conjunto aparejador. Buena prueba de ello fue la réplica a cargo de Valentín Bustos para colocar al VRAC en un ejercicio de funambulismo sin red (12-25, min. 50).

Media hora para demostrar que en las finales el escudo pesa y que, por el contrario, la camiseta aprieta en exceso cuando el miedo a ganar acecha. Ningún aficionado del equipo burgalés se atrevió a cantar victoria por anticipado ante un Quesos Entrepinares empujado por la historia. Diego Merino desató una tormenta en la que sólo se echó en falta mayor acierto por parte de Dyer con la suerte del estoque. Moala y Gavidi se aliaron para desarbolar a una defensa que quedó a merced de las embestidas del conjunto azulón en unos últimos lances de máxima emoción e intensidad. Hasta en cuatro ocasiones repelió la defensa de José García las acometidas de un equipo que una y otra vez recogió el oval en su campo para presentarse con celeridad en la línea de veintidós contraria hasta que Miejimolle hizo valer su ventaja con el punto de gravedad bajo para anotar la última marca de la mañana.

Aún tuvo tiempo el Recoletas para un último intento a la desesperada en el eje que abortó la maraña de defensores de la escuadra vallisoletana, aferrada a la sexta Copa del Rey después de que el talonador marbellí la abrazase con fuerza titánica.