El Salvador saca el rodillo para colarse en la final copera

El Salvador no desaprovechó ayer la oportunidad de subirse al tren pucelano con rumbo a la final de la Copa del Rey en la que se medirá con su vecino en un derbi que no se producía con tal motivo desde 2018. Lo hizo, además, con el doble mérito de triunfar sobre el rey de copas a domicilio, frente a un Barça que ha convertido La Teixonera en un fortín durante la presente temporada.

Para ello, fue necesaria una labor de zapa en unos primeros compases muy complicados. De poco sirvió el puntapié de castigo anotado por Santi Ortega frente a un quince muy brioso que asfixió con la presión a una bisagra poco engrasada. No fueron capaces Munilla y Santi Ortega de tomar el pulso a un enfrentamiento trufado de errores en el que se sintió más cómodo el quince azulgrana impulsado por una vigorosa primera línea con acento georgiano. Fue rebasado el ecuador de la primera mitad cuando el cuadro chamizo consiguió encerrar a su rival con rápidas transiciones.

Así llegó el ensayo después de más de cinco minutos empujando al Barça palmo a palmo hasta su zona de palos en una labor coral entre delanteros y tres cuartos. A punto estuvo Du Toit de lograr la segunda marca a renglón seguido en un demarraje en el que serpenteó rivales hasta ser cazado de forma ilegal a cinco metros. Del resto se encargó una melé con ruedas que condujo al gigante sudafricano a lograr el 3-17 de la forma más plácida posible gracias a la doble amonestación en el bando culé.

Ya en la segunda mitad, lejos de salir a conservar la renta, el quince de Álvaro Gorostiza volvió a quebrar la resistencia barcelonesa con un ensayo de castigo que evidenció la fragilidad de un pack azulgrana con muchos problemas en los contactos. Pudieron, eso sí, recortar la brecha los discípulos de Santiago Monteagudo con una touch a la torre larga que cazó con el paso cambiado a la defensa blanquinegra. No necesitó más avisos Faofo para mostrar su potencia con una arrancada en la que apartó a su defensor para culminar el buen comienzo de la jugada realizada por Du Plooy. Técnica y explosividad de la mano en una acción de rugby puramente oceánico. Una rúbrica perfecta para un choque en el que se pudo atisbar el techo de una escuadra que sigue escalando peldaños a pasos agigantados.

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