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Consultó la hora al percatarse de que la zona de aparcamiento era una suerte de agujero negro que engullía cuantos vehículos se aproximaban a los campos de rugby de Pepe Rojo.
—¡Hay que joderse! —farfulló el pelirrojo tras comprobar que aún faltaba media hora ... para el comienzo del choque.
Ocho minutos más tarde lograba estacionar mucho más lejos de lo que habría querido y, antes de que a la nube de polvo en suspensión le diera tiempo a acariciar la carrocería del C4 de alquiler, sacó su móvil y buscó el teléfono del agente Navarro.
–En la cola del bar –se anticipó este.
–El mío sin limón. Cuatro minutos.
El sol calentaba lo justo, justo lo que no le convenía a un tipo cuya concentración capilar se localizaba en la barba y en las cejas. Por un momento envidió a los muchos aficionados que se protegían sus azoteas con gorras, pero, instantes después imaginó su triste figura rematada con una negra del Chami e inmediatamente espantó la bochornosa imagen de un porrazo mental.
Tan pronto accedió a las instalaciones mostrando su carné de socio oro a estrenar ubicó la morfología de su compañero y sin embargo amigo. Vestía de casual, con un atuendo nada improvisado, gafas de sol negras y zapatillas deportivas blancas.
–¿Los regalan? –preguntó Sancho con sorna señalando la aglomeración de humanos que esperaban su turno con estoica y sedienta impaciencia.
–Los cojones. Lo que pasa es que durante el partido solo sirven sin alcohol.
–Es cierto, no me acordaba. Menuda soplapollez –sentenció tras darle un trago largo a su cachi de cerveza.
–Ya te digo. Lo único que han conseguido con la medida es que la gente beba mucho antes y después, y durante, nada.
–Algún lumbreras con corbata, ya sabes.
–Y, bueno, cuéntame: ¿Qué tal por allí?
«Allí» era Lyon, donde se encontraba la sede central de la Interpol. En enero se habían cumplido cuatro años desde que Ramiro Sancho había sucumbido ente el poder de sugestión del inspector general Makila para incorporarse al Strategic Group against Human Trafficking que comandaba el nigeriano. Desde entonces, el pelirrojo pasaba por Valladolid cada vez con menos frecuencia de lo que a él le habría gustado en el caso de estar en posición de elegir.
–Más o menos. Viajando más que la Piquer, pero entretenido. Este último mes, Georgia, Ucrania y Rusia. Precioso todo.
–Sí, algo me ha contado Robles. ¿Qué tal con ella, por cierto?
La ruptura, crónica de un fracaso anunciado, se había producido hacía algo más de un año.
–Mantenemos un trato bastante cordial. Anoche estuve con ella en el Zero tomando unos refrescos y demás. Todo en orden. Lo frío, frío, y lo caliente, caliente. Le invité a venir, pero prefería pasar la tarde escalando.
–Pues menos mal, porque las entradas se han agotado y con el buen carácter que tiene la jefa…
–Ufff –suspiró Sancho–. No me quiero ni imaginar el pifostio bendito que hubiera montado Sara si la convenzo para venir y se queda en la puerta. Tenemos que llamar al forense fijo.
–Pero fijo –sentenció Dani Navarro antes de darle un buen trago largo a su cachi.
–¿Y tu qué? ¿Ya te enteras de qué va la vaina o sigues empanado?
La pregunta tenía que ver con la reciente incorporación de Navarro al Grupo de Homicidios tras varios intentos fallidos en los que la superioridad le había denegado el traslado.
–Lo segundo. Casi estoy echando de menos la moto.
El otro se rió al tiempo que asentía con la cabeza.
–Bueno, vamos a movernos o nos toca verlo de pie –propuso Navarro.
–Ambientazo –definió Sancho–. Joder, echaba de menos esto. Por cierto, ¿cómo lo ves? ¿Vamos a salir escaldados como el año pasado o el Bocas nos va a dar un alegrón?
–Este año les hemos untado el morro las dos veces que hemos jugado, pero, ya sabes, una final es una final. En semis, el Quesos pasó por encima de Alcobendas y nosotros sufrimos más de la cuenta contra Ordizia, así que no sé yo.
–Este año solo he podido ver un par de partidos por internet, pero no pinta mal el equipo, ¿no?
–No. Nada mal. El problema es que ellos siguen teniendo al cabronazo de Griffiths, que no falla una, y delante…, delante están bastante fuertes –evaluó Dani Navarro.
–Los hermanos Blanco.
–Tuco es un animal y Pacote no se equivoca nunca.
–Y el 9 suyo, que siempre consigue sacar de quicio al nuestro.
–Sí, y a mí también. A ver si el árbitro le corta un poco.
–¿Qué tal es el apertura que hemos traído?
–Faiva. Muy vertical, a veces demasiado –matizó Navarro.
–¿Y al pie?
–Tiene días.
–¿Buenos o malos?
–Contra Ordizia falló más que una escopeta de feria, sin embargo, en otros partidos ha estado mucho más acertado.
–Ya, pero las finales son como son. Un golpe de castigo estúpido con el tiempo cumplido y a mamarla a Parla.
–Calla, hombre, no seas cenizo. En lo que sí somos superiores es en la tercera línea, y atrás, si estamos inspirados, ojito, ojito, ojito.
–Coño, pero si ahí está calentando Manu Serrano –señaló Sancho al tiempo que subían los primeros peldaños de la grada.
–Es incombustible el colega. He oído que esta será su última temporada. Se retira.
–Eso llevan diciendo diez años.
–Igual que de Borja Fernández, y mira.
–¿Borja qué?
–Futbolista del Pucela.
–Ah, ¿el del kiki?
–Ese, pero ahora sin kiki. Cuelga las botas pero sigue en el club para llevar relaciones institucionales, o lo que sea.
–Enhorabuena a los premiados.
–Ahí está la tropa. A ver si nos han guardado dos sitios.
–¿Ese es el literato? –quiso cerciorarse Sancho.
–El mismo.
–Lo vi anoche en el Zero. ¿Sigue escribiendo?
–A fuego.
–Espero que no me dé mucho la chapa, porque la última vez que me pilló por banda casi le meto un cartuchazo en la cabeza.
–Está avisado, pero no las tengo yo todas conmigo. Ahora anda preparando una sobre…, coño, me lo contó el otro día pero ahora no me acuerdo.
–Mejor.
Alguien les hizo un gesto con el brazo.
–El blanquito es Keko y el otro es Chema, entrenador del segundo equipo, no sé si te acuerdas de ellos.
Sancho dudó unas décimas.
–No.
Cumplidas las salutaciones, se sentaron en la grada cubierta a la altura de la línea de veintidós. Sancho oteó la grada. Predominaba el blanquinegro del organizador de la final, pero también se veían bastantes salpicaduras de azul repartidas entre los asientos, casi todos con dueño adjudicado a falta de pocos minutos para que diera comienzo el partido. Por megafonía cantaban las alineaciones de ambos equipos. A cada nombre le seguía el jalear del público y las consiguientes valoraciones técnicas en petit comité.
–Bueno, bueno, a ver si ahora va a resultar que con la entrada nos regalan el carné de entrenador –observó Chema tras escuchar el comentario de Keko.
–Ya sabes que todos llevamos un político y un míster dentro –se defendió este.
–Y últimamente un guionista de Juego de Tronos, que vaya la que me habéis dado entre todos. Entre las generales, las autonómicas y los dragones se me quitan las ganas de poner la televisión –dijo el agente Navarro.
–¡Pues eso, a leer se ha dicho! Y si puede ser una mía, mejor que mejor, -zanjó el literato.
–Yo, hasta que no me mates en una no te vuelvo a comprar un libro –le advirtió Chema–. Que ya tengo todos los muebles de casa calzados.
Los aplausos del público anunciaban la salida al campo de los jugadores. Chamizos y queseros pugnaban por solapar a la afición contraria con los clásicos gritos de ánimo de cada club.
–Oye, y una porrita, ¿qué tal? Cinco euritos –propuso Chema metiéndose la mano en el bolsillo del pantalón.
–Gana Óscar Puente –predijo el juntaletras.
–Del partido, calvo –le corrigió.
–Las pillas al vuelo, ¿eh? Yo digo que ganamos de uno.
–De quince –auguró Sancho, entusiasta.
Las miradas de los cuatro convergieron en el barbudo pelirrojo.
–Quítale la bebida a tu colega, anda, que se le ha subido a la cabeza, –bromeó Keko.
–De quince, –insistió en tono severo.
El árbitro se disponía a hacer sonar su silbato cuando terminaron de anotar las apuestas. Volaba el balón en Pepe Rojo y fue en ese momento cuando Ramiro Sancho se percató de que apenas le quedaba cerveza.
–¡Hay que rejoderse! –certificó.
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