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Esos locos del balón ovalado

Esos locos del balón ovalado

Sabido es que el rugby tiene tanto de deporte como filosofía vital, y Pucela es el abanderado de una manera de entender la vida

Vicente Álvarez

Sábado, 26 de mayo 2018, 16:01

Corría el año 1995. Mundial de Rugby en Sudáfrica. Todo el mundo recuerda a Nelson Mandela alzando los brazos mientras François Pienaar recibía la copa de campeones. Fue el año en que el añorado Madiba consiguió que el rugby, un deporte que simbolizaba en Sudafrica ... la supremacía blanca, uniera a toda la población. Clint Eastwood, en «Invictus», narró el milagro de aquel cuento real en el que el rugby ayudó decisivamente a olvidar el racismo. «Yo soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma», tal y como rezaba el poema de William Ernest Henley que sirvió de inspiración a Mandela durante su encarcelamiento y que se convirtió en el padrenuestro de apoyo a los Springboks para alzarse con el título. Lo que uno recuerda más de aquel mundial, sin embargo, es la deslumbrante irrupción de la primera gran estrella mediática del rugby, la aparición estelar de un alma inconquistable, de un auténtico portento de la naturaleza. Jonah Lomu, con apenas 20 años, se convirtió en aquel momento y ya para siempre en la imagen de un deporte único. Una incontestable leyenda que contribuyó decisivamente al despegue profesional del rugby. Los que tuvimos ocasión de verle nunca olvidaremos sus portentosos ensayos. Los que le conocieron, hablan de un tipo entrañable y, a pesar de ser una estrella, la primera gran superestrella del rugby, todo el mundo coincide en destacar su personalidad cercana y humilde. El puma Diego Albanese cuenta que tras un partido se le aproximó y le dijo: «Buen partido, Diego». Albanese no daba crédito. Era la estrella quien se acercaba a él, ¡quien conocía incluso su nombre! El puma recuerda que antes de los partidos siempre tenían el dilema de cómo pararlo: «Si íbamos abajo, él podía saltarnos; si lo buscábamos en la cintura, él topeteaba, y si intentábamos arriba, el riesgo era un hand-off que nos desplazara cinco metros. La técnica no contaba tanto, porque él pasaba por arriba. Yo trataba de anticiparme, o bajar la cabeza e inmolarme. Quería que por lo menos se tropezara». Pero ni siquiera así. Ni haciéndole tropezar le podían parar. ¿Cómo hacerlo ante un tipo de casi dos metros, 120 kilos de peso y que era capaz de correr los 100 metros en 10.8 segundos? ¿Cómo parar a una locomotora humana? ¿Cómo detener a alguien con la fuerza de un oso y la velocidad de un guepardo? Desgraciadamente, la eclosión del mito fue fugaz. Lo que nadie había podido hacer, detener al big man, lo hizo una extraña enfermedad genética que le obligó a retirarse prematuramente. Tuvo que someterse a un trasplante de riñón y aunque pudo haber tenido trato de favor (el rugby en Nueva Zelanda es más que una religión) se negó a ello. Entró en la lista de espera y finalmente fue operado. Los médicos le comunicaron que seguramente no volvería a caminar pero Lomu se sobrepuso a ello y llegó incluso a regresar a las canchas, aunque ya nunca volvió a ser el mismo. Se dedicó a pasear su estrella por todo el mundo, a dar charlas a los más pequeños, a inculcar el amor por el rugby y a enseñar cómo realizar el tradicional haka neozelandés. Su cuerpo, finalmente, rechazó el trasplante en 2011 y acabó falleciendo a los 40 años, dejándonos la estela gloriosa y memorable de un deportista único, alguien que de haber nacido en otra época habría protagonizado centenares de poemas épicos.

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