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Santiago de Garnica
Domingo, 28 de mayo 2023, 00:52
Al igual que el árbol a veces no deja ver el bosque, en Mónaco el 'glamour' impide ver la épica de la carrera. Y en las setenta y nueve ediciones celebradas de este Grand Prix hay numerosos ejemplos de esta épica, de pilotos que fueron más allá de lo humanamente imaginable en su lucha por el triunfo.
En 1960, tras un repentino aguacero, Stirling Moss buscaba los trozos de asfalto secos bajo los árboles pues, repentinamente, su Lotus era inconducible. Durante las cuatro últimas vueltas luchó por mantenerse no solo en cabeza, sino en pista. Tras pasar como vencedor bajo la bandera a cuadros, los mecánicos descubrieron que la unión entre el motor y el chasis no consistía más que en las canalizaciones de agua pues todos los tornillos estaban seccionados...
El británico protagonizó otra gesta un año después al imponerse con su Lotus 18 de la escudería de Rob Walker, con 152 CV de su motor Climax, a la armada de Ferrari 156, de 180 CV. Solo el talento del británico pudo compensar esa diferencia de potencia.
El 31 de mayo de 1981 los espectadores, no solo aquellos presentes en el circuito sino también a través de la televisión, contenían la respiración contemplando como un hombre luchaba contra su máquina: el valiente Gilles Villeneuve contra el inconducible Ferrari 126 CK. Su motor V6 Turbo, tenía un tiempo de respuesta no precisamente muy instantánea, y luego empujaba de golpe. Además consumía mucho y el coche resultaba pesado. A cuatro vueltas del final, se emparejó con el líder de la carrera, Alan Jones . Entre el Ferrari del canadiense y el Williams del australiano no cabía un papel de fumar. Y Gilles no aflojó, adelantó y se mantuvo en cabeza hasta la bajada de la bandera a cuadros. Extenuado, apenas podía moverse fuera del Ferrari. »Mi coche era muy difícil de conducir. ..., una suspensión tan dura que parecía un kart. Mi cabeza golpeaba continuamente contra el arco de protección y ahora me duele todo. Ha sido una de las carreras más agotadoras de mi vida. Mis frenos estaban agotados, y cuando han comenzado a fallar, he tenido que manejar de forma brutal mi caja de cambios, pero ha resistido». Fue, con el gran premio disputado tres semanas después en el Jarama, los dos últimos triunfos del canadiense, dos carreras que forman parte de su leyenda,
En 1983, la lluvia acudió a la cita de Mónaco y muchas porciones del circuito estaban cubiertas de agua. Y allí, a pocos metros del Casino de Montecarlo, Keke Rosberg hizo una arriesgada apuesta: mandó montar neumáticos de seco en su Williams. Las primeras vueltas de carrera permitieron a los espectadores contemplar un pilotaje excepcional del finlandés, que luchaba con el cuchillo entre los dientes por mantener al Williams en la cabeza de carrera sobre las placas de agua con sus neumáticos lisos, aguantando los trallazos del coche y los asaltos de Nelson Piquet y su Brabham. Tras ganar la prueba y bajarse del Williams, el finlandés se quitó los guantes, mostrando unas manos cubiertas de ampollas.
Son tres de las muchas historias que se esconden entre las calles del principado, en viejas crónicas de casi ochenta años de carreras, desempolvadas para mantener el recuerdo vivo en este mundo que olvida con demasiada facilidad la épica, y se queda con lo superficial.
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