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Carlos Baeza Gozalo, en el centro con casco blanco, celebra el título de campeón del mundo. El Norte
De Vallelado al mundo: «Abuelo, esto va por ti»

De Vallelado al mundo: «Abuelo, esto va por ti»

Carlos Baeza cierra el círculo que abrió Luis Baeza importando la pelota de pala corta en su pueblo con un Mundial y el reconocimiento de vascos o navarros

Jueves, 3 de noviembre 2022

El 29 de octubre, Carlos Baeza Gozalo –cuando un nombre requiere de segundo apellido es que hay tradición detrás– se proclamó campeón del mundo de pala corta en Biarritz, el mismo día y frontón en que seis años antes había ganado el título en categoría sub-22. Guiños del destino. Su abuelo Luis Baeza, el gran culpable de que Vallelado sea el último reducto de la Galia, en palabras del nieto, había fallecido en 2015. Así que fueron dos títulos con un mismo final: abrazo emotivo con su padre y una misma frase: «Esto va por él». Porque las motivaciones no caducan y hay personas que marcan una vida entera. «Ha sido un círculo que se ha cerrado. Sé que él hubiera disfrutado muchísimo».

La tradición castellana es la pelota a mano, con la típica pared de la iglesia como escenario. Un grupo de amigos, entre los que se encontraba Luis Baeza y dos vecinos de Íscar, importaron las primeras palas de madera tras conocer a unos jugadores navarros. La prueba funcionó, así que montaron un frontón en Fuenteblanca. Ese grupo se convirtió el club, primero como Club de Pelota Vallelado y luego bajo la denominación de Puertas Bamar Íscar. «Se hizo bola en los pueblos cercanos y la gente empezó a jugar con pala en vez de con mano. Primero mi abuelo y su hermano, luego sus hijos y luego ya me vino a mí y a mis primos».

Él nació con la pelota bajo el brazo, persiguiendo con tres años a su padre, que jugaba en División de Honor. Su abuelo ganó una complicada partida conyugal: su esposa quería una bodega, él quería un squash. En esas paredes empezó a moldear a un nieto que conquistaría después el mundo. «A mí padre le gustaba mucho, pero a mi abuelo todavía más. Fue el que me inculcó esa pasión». Por el camino, mil anécdotas. «Él decía que le gustaba mucho la pelota, que se podía dormir con los pelotazos de fondo, que era el sonido más bonito». En el momento de la siesta, cambiaba el discurso. «Nos echaba unas voces que no te puedes ni imaginar porque le despertábamos». La tradición en el pueblo le dio una salida natural, aunque también hacía atletismo, el otro deporte rey del lugar.

Un mérito añadido en la trayectoria de Baeza es ganarse el respeto de vascos y navarros, grandes impulsores de este deporte. «La mayoría siempre me ha aceptado bien porque era una cosa rara, que tenía mérito por venir desde tan lejos. Pero había gente que me miraba de reojo como diciendo, este adónde va. Hasta que me hice un poco de nombre y conseguí algún título de relevancia, me costó hacer ver a algunos que yo tenía ese nivel».

Así que se convirtió en un embajador de Vallelado, que transformó un vicio de unos pocos en tradición gracias a un sentimiento de pertenencia. «Nuestra familia es la punta de lanza, pero detrás hay muchas familias más. Un montón de jugadores, exjugadores o gente que simplemente está ahí por ayudar. Lo que hace que esto triunfe es que nos llevamos muy bien todos, hay una solidaridad y confianza plenas».

La escuela local ha sido clave porque ha trasladado los valores de la pelota a la educación. En resumen, los padres quieren que esto siga. Baeza hace una comparación con el rugby, tanto por el respeto a rivales o árbitros como por el juego limpio. «Puedes darte de pelotazos y comer juntos a la media hora. La mayoría de los jugadores somos amigos, te invitan a sus bodas. Porque una semana juegas contra él y a la siguiente con él». Por eso el orgullo de su apellido no va ligado al éxito. «Lo que verdaderamente me gusta de la saga es que vayas por ahí y te reconozcan como buena gente».

Baeza explica la contundencia de las victorias en el Mundial por el análisis de los rivales. «Estratégicamente, ha sido perfecto. Llevamos mucho tiempo jugando de una forma o de otra en función de los contrarios que nos íbamos a encontrar». La semifinal y la final tuvieron tácticas diametralmente opuestas. Ante Francia, los vigentes campeones de 2018, apostaron por un saque alto por la pared para desestabilizar al delantero, que tiene una derecha portentosa pero una izquierda más terrenal. Las dudas hicieron mella y Baeza apretó con su derecha. «A potencia nos ganaban, pero no les dejamos hacer su juego». En la final ante Argentina, todo lo contrario. «Si metíamos la pelota por la pared nos acribillaban, así que sacamos raso a los pies del delantero para que no pudiese entrar de izquierda». En resumen, movieron al delantero, infalible en estático.

«Jugué la final muy tranquilo, sabía que lo iba a hacer bien. Cuando juego, me meto en un tubo y no hay nada en el exterior». Los nervios llegaron con el 14-9: punto de partido. Lo ganaron con un punto de saque. «Es una emoción que no se puede describir con palabras». Es la recompensa de un deporte que no da para vivir: Baeza es veterinario y trabaja con el porcino, un sector que le apasiona porque aúna ciencia y economía.

Y no exento de dolores. Cuando a un jugador de pelota le da un bajón, le duelen las rodillas, por los quiebros sobre la pista –Carlos sufre una tendinitis en el rotuliano–, y los hombros, pues tiene que mover una pala de 800 gramos para impactar con una pelota de cuero una media de unas 300 veces en un partido, un cálculo que Beza hace por primera vez. «Lo ves así y es verdad que son muchos impactos». ¿Continuará la saga? «Estaría muy bien». Su primo, Luis de la Calle Baeza, tiene 19 años y apunta alto. «Físicamente es mejor yo. Si se lo curra, puede llegar». No descarta un hijo, pero no tiene presión. «Sería bonito, pero lo que sí quiero es que salga deportista».

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